Que Italia es el mejor país del mundo lo sabemos todos. Si no lo sabían, se lo digo yo. Cuando hablamos de Italia, hablamos de ese estimulante y salvaje catálogo de contradicciones que constituyen los cimientos del mundo latino, y que son la base de nuestra cultura y nuestra lengua, la aspiración de las aspiraciones de cualquier ser humano un mínimo de alma, el principio y el fin de la vida.
Y es que la edad de oro de las series italianas parece no tener fin: la preeminente industria italiana de seriales televisivos consigue con esta nueva entrega catapultar al espectador, para variar, a un complejísimo universo en que la realidad y la ficción parecen fundirse en ese horizonte turbio que separa la cordura de la más absoluta demencia. 'The young pope' (Il giovane papa) pone de manifiesto que el fuelle de las series italianas más internacionales no termina con la categoría "mafia y derivados" (Romanzo Criminale, Il Capo dei Capi, Gomorra) y que existe aún un interminable elenco de temáticas de las hasta hace poco intocables (mafia e iglesia) que son susceptibles de ser llevadas a la pantalla.
"Nos llevan años de ventaja", añoran algunos a voces señalando al norte; yo miro al levante y veo un enorme cinturón de bloques de pisos llamado Sevilla Este. Más allá está Murcia. Y una vez cruzado el Mediterráneo se atisba el punto sobre el que gravitan los corazones románticos como el mío.
¿Saben? Por lo único que no me gustaría ser italiano es porque no me quedaría nada que añorar. Y porque le venden un peine a un calvo.