Hipnotizante última peli en el Soho de Edgar Wright, convertido ya en cineasta de postín, de los que buscan sorprender, cautivar y entretener al espectador de la manera más virtuosa y honesta posible. Probablemente, la más hermosa peli de género jamás filmada.

De su argumento nada diré porque no quiero, salvo que se trata de un delicioso cóctel de terror y fantasía cimentado sobre una realidad de lo más sórdida. En este sentido, la peli puede gustar más o menos, depende de cada cual. Pero su apartado visual es una auténtica virguería, palabra esta que si la buscas en el diccionario te devuelve como resultado: “Cosa delicada, exquisita y bien hecha.” Y el que no sepa apreciar esto es un auténtico zopenco.

El lenguaje visual de Wright deslumbra por su precisión narrativa y su elegante puesta en escena, pero donde verdaderamente atonta es en el montaje de ciertas secuencias… que las miras con la boca abierta. Lo que elabora Wright en la sala de edición es pura alquimia, mezclando espacios temporales, realidades y ficciones, y creando quiméricos “ménage à trois” entre la cándida Thomasin McKenzie, la seductora Anya Taylor-Joy y el truhan Matt Smith.

El elenco todo está de los más atinado, la ambientación es un primor, como lo son los momentos musicales y bueno, en fin, que el tío del Cornetto presenta una delicatessen.

Una peli divina de la muerte.