Cuando terminó de rodar 'El espejo', Tarkovsky quería hacer una película que cumpliera con las unidades aristotélicas, es decir, que la obra y las tres unidades dramáticas –acción, tiempo y lugar– tuvieran un cierto carácter unitario. Él debía de seguir el curso de una única acción principal, en un solo día y espacio.

'Sacrificio' es el trabajo que más se acerca a esta ambición. Un filme maravilloso donde el protagonista le habla a su hijo sobre el ocaso de la sociedad, hasta que un día empieza un percance nuclear que va a provocar el inicio del Apocalipsis. En ese preciso momento, lo abstracto dará paso a lo tangible.

Como en toda la filmografía de Tarkovsky y al contrario que en la de su admirado Ingmar Bergman, otro de los grandes maestros del cine europeo, en 'Sacrificio' se cuestiona la capacidad de creer del ser humano y no la existencia de Dios. Así pues, el acto lleno de fe del intelectual resultará ser un acto inadmisible.

La inocencia del hijo que escucha las palabras errantes de su padre, es el último reducto de la fe. Aún habrá esperanza mientras siga regando ese seco árbol japonés que plantó con su padre. Y ojalá sirva para salvarnos, después del fallido episodio "quijotesco" de su progenitor.