Una de esas películas que, cuando terminás de verla, sentís que adentro tuyo algo te hizo un clic. Eso te obliga a guardar silencio durante unos minutos, a quedarte quieto y tragar saliva mientras tratás de comprender (en vano) de qué se trata esa ruptura interna.

Es una película a la que no te animás a sacarla hasta que los créditos terminan, porque la música, la música en esta película, no es relleno, es cuerpo, al igual que las texturas, los colores y la simpleza del dibujo. Todo trabaja desde un principio para dejarte una enseñanza de vida de la que, por definición, es imposible apropiarse: tenemos que haber vivido para entenderla, tenemos que estar un paso más allá de lo que nos es dado experimentar, y ese "no sé qué" que queda como resabio después de verla no se va a resolver, no va a obtener respuesta. En esta pequeña familia se entienden perfectamente sin necesidad de pronunciar una sola palabra, sólo mirándose a los ojos (vacíos y oscuros) entienden perfectamente qué está ocurriendo, lo mismo sucede entre la obra y los espectadores.

Tenía pensada una tarde maratónica de películas y empecé con esta. Ahora ese plan me parece imposible.