Magnífica película que supone el debut en la dirección de Enrique Fernández y César Chalone (un estupendo director de fotografía, como pudimos comprobar en Ciudad de Dios, entre otras).
En esta ocasión nos hallamos ante una de esas pequeñas grandes historias, ambientadas en Melo, un pequeño pueblo fronterizo entre Uruguay y Brasil, aunque podría haberlo sido en cualquier otro país "en vías de desarrollo". En esa población se sobrevive a base de pequeños "negocios" que bordean la ilegalidad, como en el caso de Beto, el protagonista, dedicado al contrabando de bebida y alimentos a través de la frontera. Naturalmente, esto conlleva una serie de elementos, como la corrupción de las patrullas fronterizas, o que los habitantes se tengan que exprimir la sesera para continuar con sus chanchullos, todo en una atmósfera de cierto inmovilismo pesimista, aunque impregnado de la solidaridad de los vecinos, unidos ante la decadencia.
Sin embargo, un viento nuevo dará una esperanza al pequeño pueblo: la visita de Juan Pablo II, y, lo más importante, la oleada de personas que se supone que se acercarán hasta el pueblo a ver al Pontífice. Ello hará que cientos de vecinos vuelquen sus esfuerzos en montar sus chiringuitos, sus puestos de venta de comida, banderitas, globos y demás parafernalia, pensando que, como si fuera un Bienvenido Mr. Marshall a la uruguaya, la visita del papa polaco les iba a dejar un buen puñado de dinero en sus depauperados bolsillos.
Beto no será menos, y se currará un WC portátil, a pesar de las reticencias mostradas por Carmen, su mujer, y su hija, Silvia , más centrada en sus sueños de ser locutora que en las andanzas de su viejo.
Bastante más dramática que cómica, la peli no deja de mostrar ciertos chispazos de humor, tal vez para equilibrar la falta de esperanza que se adivina en lo que nos están contando.