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Estados Unidos Estados Unidos · New York
Voto de Lucien:
8
Drama. Intriga En un taller de la Italia del siglo XVII, un maestro artesanal crea su obra definitiva, un violín perfecto y barnizado en rojo, para su hijo a punto de nacer. A partir de ese momento, el instrumento viaja de mano en mano desde Europa a Canadá, pasando por China, hasta la época actual. (FILMAFFINITY)
1 de octubre de 2009
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cinco historias, cinco cartas de tarot, un intervalo de quinta entre cada una de las cuatro cuerdas de un violín. No es casual. El film de François Girard es un mecanismo bien ensamblado. La primera y la última historia convergen desde el principio, actúan como dos polos armónicos. Las demás historias parecen servir solo de puente entre pasado y presente (un niño de débil corazón, un lúbrico compositor arrebatado, una militante comunista china seducida por la música europea). Sin embargo, hay más que un pasar de una mano a otra: cada uno de esos seres ha depositado en el violin parte de su propia esencia, el talento infantil, la pasión sexual, el sacrificio por el arte. El motivo musical se recrea una y otra vez en diversas variaciones remotamente cercanas, hasta que el tema original vuelve, a ambos extremos del tiempo, unida por una luna llena que cierra el ciclo al mismo tiempo que cumple su símbolo de fecundidad. Finalmente dos historias se dan la mano, dos historias que empezaron y acaban ensambladas como un solo acorde, con dos padres que brindan un presente a sus hijos: el violín rojo, suma y cifra de sangre y sonido, de música y tragedia. Con la historia final, el personaje de Jackson cumple la voluntad truncada del luthier Bussoti allá a fines del siglo XVII.
La idea global es hermosa. Como también es claro el empeño de Girard de hacer una película tan bella como la música de Corigliano. El problema es que el canadiense no consigue que el celuloide esté a la altura de cuanto nos quiere transmitir. Le faltan imágenes para traducirlo y eso se nota. En su poema "Museo", la genial Szymborska habla de esos objetos que sobreviven a sus dueños. También aquí el violín ha sobrevivido, sobrepasado incluso al cine y a su director. Lástima. Las historias individuales no están a la altura del proyecto de conjunto y el cine aparece como un objeto disecado. Quizá con algo de menor clasicismo estético, de pretenciosidad y con más amor por la imagen, Girard hubiera logrado un film tan perfecto como este violín rojo: tema con variaciones siempre distinto, símbolo heraclitano del fluir de la vida.
Lucien
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