A buen seguro, siendo una de sus primeras escenas la de un muchacho blanco dando una palmada en el culo a una criada ¡negra!, la programación de QUÉ BELLO ES VIVIR en las parrillas televisivas por Navidad tiene los días contados. Pues en un tiempo en el que al manso Cervantes se le tilda de genocida y a Quevedo de hitleriano, hasta la Navidad, qué triste es vivir, parece ya en vías de extinción.
La película de Capra, dickensiana y caritativa, es valorable, apartándose de toda consideración legendaria, como un antiejemplo para cicateros y un antiespejo para los malvados. Así, Jimmy Stewart, al que Dios no le llamó por el camino del charleston, se nos presenta, exponente luminoso de todos aquellos que por los demás dan su vida entera, como un hombre necesario, y contingente, para con el mundo que hemos construido, poblado de lobos que triplican en número a los corderos.
Fuente de la que han manado otras historias como la de Family Man o Regreso al Futuro II, con ese Potterville tan similar al paraíso del placer de Biff Tannen, QUÉ BELLO ES VIVIR es previsible, apacible y bonancible, pero, porque la sociedad se deteriora a pasos agigantados, su revisión no será suficiente para salvar a nadie, si es que los torquemadas de hoy en día disculpan sus machismos, racismos y otras ofensas, cuando irrumpan por estas lindes unos pocos lobos más.