Como si en vez de GORRIÓN ROJO fuese Cisne negro, la película de Francis Lawrence comienza con un ballet. Y es un comienzo simple, casi cómico: la situación que se fuerza para que la bella Jennifer, que no tiene las piernas esculturales de una primera espada del Bolshoi, se vea empujada a poner su talento y sus pechos al servicio de la madre Rusia.
GORRIÓN ROJO es como una hermana pobre de Jason Bourne. Hay química entre la pareja protagonista, o eso parece, pero ahí acaba todo... o casi todo. Que el tanto imitar a Sospechosos habituales o al Andy Dufresne de Cadena perpetua, cansa; que el conjunto simula estar lacado con un barniz dispensado por un párvulo y que los detalles, que muchas veces tienen la llave de lo hermoso, caen siempre del lado equivocado. Así, por ejemplo, resulta chocante que el bañador de una nadadora no sea sino un retal que permite la idílica visión de los pezones antes que el bañador de una nadadora.
Por cierto: además de ser GORRIÓN ROJO la hermana pobre de Jason Bourne, Matthias Schoenaerts es el hermano narizotas de Alexander Skarsgard y Charlotte Rampling la gemela de Josema Yuste.