Hay ocasiones en que tiene uno que levantar la mano, o el puño, cuando no directamente el vuelo, para descargar esa mano, ese puño, con gran fuerza sobre la mesa. La factura de SUPERMÁN III, una tercera parte que no sólo es mala, sino pésima, sino infame, precisa de un puñetazo dado en una mesa con ímpetu kryptoniano.
Es más que posible, en este mundo nuestro, también a punto de resquebrajarse, que haya gente en la cárcel por menos de lo que imputarse puede a Richard Lester: ni la idea de los creadores, ni la primera cinta de Donner, que fue excepcional, ni Christopher Reeve, que era un excelente actor, se merecían esto. Pues desde el inicio, con esa sucesión de disparates más propia de una historia de Leslie Nielsen, SUPERMÁN III, que incorpora a Robert Vaughn, en franca decadencia, y a Richard Pryor, toda una declaración de intenciones, más parece una babosa que se arrastra que algo que debería elevarse por encima de las nubes.
Un puñetazo en la mesa, como he escrito, y porque no cabe la violencia siquiera frente los ultrajadores, como queja furibunda por los que quisieron ponerle unas gafas de gilipuertas a Schwarzenegger en una de las secuelas de Terminator o por los que decidieron convertir al hombre de acero de Siegel y Shuster, en 1983, en un mamarracho cometiendo tropelías de Algeciras a Estambul.