Ya lo había hecho antes Amenábar: si se pretendía una originalidad con ese tono velado y el caserón enorme en un entorno lacustre, si se buscaba fundamentar aquello que le dice Fionnula Flanagan a Nicole Kidman junto a la chimenea al respecto de la necesaria convivencia entre vivos y muertos, el efecto que se consigue es el contrario: un efluvio a refrito.
Todo parece sacado de otras historias, de otras cintas: el inicio recuerda a Ghost, hay no pocas referencias a El ilusionista, un tanto de Más allá de la vida, con Matt Damon, y surge, además, en un momento dado, una pelotita que, toda vez salvada la escalera de Al final de la escalera, viene obligada, también, a descender la escalera de este caserón del que en el primer párrafo yo hablaba. De otra parte, la inmersión de la bella Rebecca Hall en pos de la pitillera tiene algo, si no todo, de la inmersión de la bella Michelle Pfeiffer en Lo que la verdad esconde.
Cuándo será que vuelva un director a lograr que nos tiemblen las tabas sin recurrir a lo mil veces visto, nadie lo sabe. Pero, en el ínterin, puede uno deleitarse con el tenebrismo que Caravaggio imprimió en su Judit y Holofernes, que ya lo afirma el latinajo: post tenebras spero lucem.