La enérgica Sandra Bullock está encantadora y divertida. Personalmente la encuentro atractiva. Y como viene siendo habitual, el veterano Michael Caine llena la pantalla con su cínica presencia, robándose las escenas, a golpe de la inconfundible manera de pronunciar, arrastrando las palabras, del legendario doblador español Rogelio Hernández.

La trama criminal carece por completo de enjundia, es una nimiedad que no está nada trabajada. (En verdad, el pobre argumento tiene toda la pinta de ser una absurda excusa para exponer la idea principal, que es la transformación del personaje de Sandra, no se les habrá debido de ocurrir nada más agudo.) No te importa realmente lo que pase y es una pena, ya que al terminar la película se te queda un mal sabor de boca, en el sentido de que acabas de perder el tiempo con una insustancial tontería, cuando en realidad no es del todo así, ya que no lo pasas mal viendo los sarcásticos reproches que se lanza esa gente entre sí: se avista ingenio y buenas maneras. Hay momentos más inspirados que otros, pero predomina el sentimiento de simpatía frente a la vergüenza ajena. O seré yo, el que lo prefiere ver así.