¿Es por qué una la dirige Ridley Scott y la otra la produce y protagoniza Mel Gibson?

Pues por lo menos en la otra se nos cuenta una historia más definida, -argumentalmente, la película de Randall Wallace ya gana por goleada en la parte de la presentación de los personajes que luego van a combatir, parte siempre un tanto más anodina, pero que la vilipendiada cinta del año 2002 plantea con mucho oficio, pues recuerdo escenas de dicho tramo de aquella peli que sí valen la pena, mientras que aquí esa parte no está trabajada, algunos diálogos forzados y cuatro tópicos nada memorables en su puesta en escena,- y las escenas de batalla ya son otro cantar.

Porque aquí es absolutamente imposible enterarse de algo por la manera tan nefasta de dirigir. Secuencias enteras llenas de planos que cambian cada dos segundos convierten en tarea muy difícil ver algo, sobre todo si eres un entusiasta de las escenas de acción. La caótica dirección hace que ni siquiera veas de donde vienen los disparos y adonde tienen que apuntar nuestros rangers. Ni una toma fija, y no solo eso; saltamos de un protagonista a otro en un escenario distinto en cosa de un click, realmente parece una partida de un videojuego de la que eres testigo siempre desde el peor de los ángulos. ¿Y estos quien es coño eran y de donde salían?, me he preguntado en al menos cinco ocasiones a lo largo del filme.

Con la peli de Gibson en cambio no pasaba eso. Largas e sobrecogedoras secuencias de acción salvaje y devastadora, espectáculo ante el que quedarse indiferente resulta imposible.

¿Me he perdido algo? Ah sí, ya, que esta es más comercial (y por tanto mejor) y la otra está diseñada para el lucimiento de un paleto fascistoide, según algunos, ¿verdad?

Pues vale.