Por favor, no me peguéis por este juego, por llamarlo de alguna manera, de palabras entre el actor protagonista y el personaje que interpreta. Este puertorriqueño nacionalizado español (sí, ya, yo tampoco lo sabía) se atreve con todo, hasta con hombres lobo y padres maltratadores en la Inglaterra de finales de siglo.

Todos sabemos que Benicio es muy bueno, pero francamente, aquí no se le ve en su salsa. Apagado, distraído, distanciado de todo, sin ese refinamiento británico que cabría esperar en él. Su Lawrence Talbot nos transmite piedad, pero sin mucha tensión. La leyenda del hombre lobo se hace realidad a raíz de la misteriosa y trágica muerte de su hermano, hecho que provocará que abandone América y vuelva a su casa natal para encontrarse con la bella (que encanto tiene Emily Blunt) prometida de su hermano y con un par de monstruos. Uno, el lobo; el otro, Sir Anthony Hopkins, actor que puede interpretar cualquier cosa, literalmente hablando. Hugo Weaving completa el elenco de famosos y competentes actores, con un personaje algo descompensado.

La historia va aguantando como puede, gracias sobre todo a la época en la que se desarrolla y la belleza de las leyendas tradicionales, en este caso la del hombre a quien la luna llena transforma en lobo. Muy previsible siempre, pero aceptable hasta una recta final en la que pierde coherencia a pasos agigantados. La intervención en la trama de Gwen no tiene sentido y, lo peor, nos engaña, desembocando en un desenlace mal planteado y que, encima, no me gusta.

Tantas tecnologías y tan poca imaginación.