Qué no se ha dicho de esta primera entrega de la mítica saga iniciada providencialmente por Steven Spielberg. Antes que nada lo advierto: es la que menos me gusta de las tres. ¿La cuarta? No existe.

Aquí encontramos esa escena que ha quedado en el imaginario colectivo de la roca gigantesca persiguiendo al héroe-arqueólogo Indiana Jones, paradigma del cine de aventuras y del Cine en general. Personalmente le adoro, y me enamoro de él siempre, a cada nuevo visionado de sus películas. Contribuye a ello el porte de Harrison Ford, muy masculino y, al mismo tiempo y paradójicamente, muy patoso. Obsérvese cómo corre, las veces que se cae, la forma de moverse. En fin, si es que es encantador.

Indudablemente, «En busca del arca perdida» tiene muy buenos elementos. La época y los escenarios, los Nazis buscando reliquias, persecuciones, enredos, carreras y villanos que colaboran en que la historia no sea plana. He de decir que este arqueólogo francés me cae muy bien, hasta simpático. También aparecen Marcus o Sallah, que luego veremos en la maravillosa «La última cruzada».

De lo que tampoco dudo es que, no sé por qué, esta historia no me llega como las posteriores. Puede que sea porque Marion no me gusta nada y se le da demasiado protagonismo; todos se enamoran de ella y siempre está en medio, pero le falta carisma, encanto, fuerza y pasión. Aunque muy entretenida, no es tan graciosa como podría esperarse, e incluso encuentro menos definido a Indiana Jones, como si le faltase un pelín a la elaboración del personaje.

De hecho, de toda la película me quedo, más que con aspectos de la propia trama, con una imagen que me parece soberbia y hermosa: la figura de Indiana Jones recortada contra el rojo horizonte mientras excavan en el desierto. Que belleza de fotografía, que evocadora presencia.

Un gran entretenimiento que sirve de carta de presentación al arqueólogo más simpático y atractivo del celuloide. Lo dicho: un placer, doctor Jones.