No ha pasado ni una semana desde que vi «El fuera de la ley» y ya la he olvidado casi por completo. De hecho, me queda una impresión nada positiva, así que le haré caso a mi inconsciente.

Eso sí, recuerdo al sex symbol de Clint con pañuelo al cuello, a Sondra Locke con su cara de animalillo indefenso, a una viejecita encantadora y graciosísima, y algún chiste sobre los habitantes de Missouri que era malo hasta decir basta, supongo que debido a una mala traducción del juego de palabras. Más allá de eso, «El fuera de la ley» mantiene el mismo tono pesadillo y de metraje extenso que perjudica los trabajos de Eastwood, al que añade tiroteos, la sempiterna agresión sexual a la pobre de Locke (esto ya era algo personal de Eastwood, ¿no?) y unos villanos que no tienen tampoco mucha presencia.

El resultado es un western cínico y crudo al mismo tiempo que esperanzador. Hasta los más solitarios y amargados pueden aspirar a una vida noble. Todos necesitamos de todos, y mejor si entre ese «todos» hay un pistolero con la sangre fría y la habilidad de Josey Wales. No finjas, Josey, que en el fondo eres un blando.