Una frase así, dicha en determinado momento, por determinada persona y bajo ciertas circunstancias, consigue, lo admito, que una se emocione. La bondad pura es así, que estremece.

Y consigue estremecer aunque aparezca en una película como «Solomon Kane». Yo soy una de esas personas, incautos e inocentes en su mayoría, que vieron el tráiler en la sala de cine y dijeron para sí: «Que buena pinta tiene». Falso. Huye de los tráilers, de todos, porque son (metiéndonos en el lenguaje «solomoniano») engendros del demonio que te llevan a la perdición.

Al menos yo he esperado a que la echen por televisión para recrearme en este ejemplo de lo que no se debe hacer en una película. No se debe tener un guión paupérrimo en el que los acontecimientos son intrascendentes. No se debe tener unos diálogos tan malos. No se debe meter más y más tecnologías para suplir las demás carencias. No se debe renunciar a la sencillez para crear la atmósfera mágica que la historia pide; la suciedad y los villanos rastreros no equivale a «espada y brujería». Y no se debe poner un combate final que es el colmo de lo cutre; pero si ese demonio, o lo que sea, da risa más que miedo, sobre todo por la situación que se crea.

Además, discrepo respecto al actor principal; es verdad que James Purefoy se parece a Hugh Jackman, sí, pero no tiene nada que ver uno con otro. Jackman es un tipo atractivo, con encanto; a este señor le falta muchísimo para ser como él. Del resto de actores, pues destacaría a una preciosa Rachel Hud-Wood y a un Peter Postlethwaite al que da pena verle en películas tan flojas.

Sólo queda una duda: ¿habrá redención para Michael J. Bassett?