Estoy formulando una hipótesis, completamente personal, que consiste en apreciar las cualidades interpretativas de un actor por su talento humorístico, no dramático, como podría pensarse. Esto puede tener su trampa, no digo que no, porque hay actores exclusivos de comedia, pero ¿son graciosos de verdad? Tengo que estudiarlo.

Así, Robert De Niro demuestra en «Nunca fuimos ángeles» lo mucho que vale. Su versatilidad es increíble y, como es un grande, soporta todo el peso cómico de la película con gran éxito. Es que está graciosísimo, ya sea por lo que dice, por las caras que pone, o por su forma de esconderse, ojo al dato, detrás de una Biblia. Sean Penn es su compañero de huida y amigo con mucho más fondo espiritual que él. Diría que ambos son entrañables, sólo hay que verles lo mal que lo pasan cuando presencian cualquier acto de brutalidad, como en la fuga, que parece mentira que tengan que obligarles a irse.

Neil Jordan está bien, aunque al guión le podrían haber sacado más enjundia, ya que la situación, tan simpática a la vez que humana, lo permite. Sea como sea, se acerca al mundo religioso con pureza y hasta con cierto proselitismo católico, invitándonos a creer para ser más felices y mejores. Una revisión refrescante, y creo que muy acertada, al concepto de milagro, del que pensamos que tiene que venir precedido de luces, trances, o yo qué sé de qué, pero que posiblemente aparece cotidianamente, día a día, sin que le demos importancia o tan siquiera lo sepamos.

Al final queda alguna que otra cuestión sin resolver, pero el rato que pasas es tan agradable como entretenido. No lo olvides: se amable con los extraños, que pueden ser tus ángeles.