Y otra vez se acerca una ola de cero objetividad en mi comentario sobre el film nacional ganador del Oscar este año. La historia de Marina simplemente me destruyó.
Me tocó hace poco ver a dos hombres adultos ver pasar a tres transexuales. Las miran de pies a cabeza, se miran entre ellos, hacen expresiones de asco y deciden qué es correcto y qué es un error. Son las luces de un mundo de horror, sumido nada más y nada menos que en la ignorancia. Y no se tome usted la ignorancia como algo ligero. La ignorancia es poderosa, es colosal. Puede, sin proponérselo, destruir vidas, países, sociedades. Es un virus letal. ¿Tiene vacuna? Por supuesto. El respeto.
Orlando muere y Marina tiene que llamar a su hermano para dar aviso de su deceso. Ahí comienza un duro conflicto; enfrentar a la familia de su difunto amado. ¿Por qué? Porque ella es transexual. Y como nadie, un hombre vio en ella el maravilloso ser humano que era, pero detrás de él había una familia de clase alta, de alma prejuiciosa y de costumbres radicales. Valiente travesia de una mujer fantástica que vive sumida en una sociedad segada, proponiéndose darle a su amado el último adiós, aunque le cuesta la dignidad, aunque le cueste la humillación por ser quien quiere ser.
Perfecta actuación de Daniela Vega, perfecta dirección de Sebastián Lelio, perfectos los antagonistas Aline Kuppenkeim, Nicolás Saavedra y Marcial Tagle. Más que merecido el Oscar. Mas que merecido todo el ruido que ha causado.
Vea una Mujer Fantastica y sienta lo que de verdad es ser discriminado.