Quien tuvo, retuvo. Disney celebra su película número 50 (más o menos) intentando abrirse un hueco entre tanta competencia. Ella que tantos años tuvo el monopolio de la animación, lucha por no perder la cuerda en una carrera que hoy día está muy reñida. A pesar de contar en su equipo con la plusmarquista PIXAR sigue buscando su propia identidad y para ello el equipo de dirección recurre a las viejas cintas clásicas, donde el color y la profundidad de campo junto con un movimiento "mágico" enmarcaban los cuentos de siempre acomodados a las nuevas épocas, llenos de bellas canciones, humor blanco y malos muy malos. Y si no lo consiguen al cien por cien desde luego que se han quedado muy cerca. El cuento de Rapunzel apenas sirve de escusa para narrar una historia ágil entretenida, bella, actual. Una realización técnica que quita el hipo para contar un cuento para todos los públicos donde la princesa es de armas tomar y el príncipe se ha convertido en un plebeyo sin pedigrí, escoltados por "secundarios" de lujo. Fantástica la labor de las voces de los actores (en v.o. por supuesto) con un Menkel a la batuta musical que nunca defrauda. Si Walt levantara la cabeza se sentiría orgulloso.
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