El tortuoso mundo de una mente esquizofrénica paranoide motivada por una infancia sobreprotectora, ausencia paterna, madre frustrada, sumado a las altas exigencias competitivas de la danza de alto nivel forma un cóctel tan explosivo que mas que un director se necesita un artificiero de primera para que no te explote a la mínima de cambio. El trió de guionistas ha confeccionado a tal efecto un artefacto aparatoso, pretencioso (lo de los espejos es...) y lleno de cables de colores que no conducen a ninguna parte (la madre, el coreografo, la bailarina rival) quizás para ocultar el bajo presupuesto dejando toda la responsabilidad a la Portman que se pasa el rato con cara de sufridora, aguantando el abuso de primeros planos que acaban saturandonos y escamoteandonos cualquier paso de baile minimamente coherente, sabiendo que aquello al final explotará como un vulgar petardo. Mantener con dignidad sobre las puntas tal paja mental de Arofnosky se le ha recompensado con un Oscar que probablemente no le darán el día que vuelva a pillar un papel como el de Beatiful girls y nos reencontremos con esa Portman que nos enamoró y nos prometió que acudiría a una cita interpretativa que a mi juicio aún no ha llegado.
La primera hora aburre de solemnidad y un puzzle de escenas entresacadas de algo de Cronenberg o Brian de Palma pretenden que no demos la primera cabezada. Arofnosky sorprendió con la excelente El luchador y aquí a vuelto a sorprendernos dándonos pato por cisne. Para esquizofrénicos me quedo con el Russell Crowe de Una mente maravillosa de Ron Howar.
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