Pocas obras cinematográficas me han impresionado más a lo largo vida. La vi una noche de insomnio, de madrugada y me dejó clavado en el asiento durante hora y media. No podía creer que fuera posible tal recital interpretativo, tal intensidad. El elenco de actores es tan brillante y sus actuaciones tan sobresalientes que rivalizan con la del propio Henry Fonda convirtiendo la cinta en una obra coral impresionante. Lo que sorprende es su prodigiosa sencillez y la ausencia de artificios. Los movimientos de cámara son geniales y permiten captar a la perfección las emociones que experimentan los personajes.

Esta película constituye un ejemplo de que cómo es posible hacer buen cine sin grandes medios y ni efectos especiales, sólo con buenos personajes y un magnífico guion. Resulta sorprendente que se la haya criticado por sus reminiscencias teatrales, lo cual no es un demérito, sino más al contrario, una muestra de la pericia fílmica del director al adaptar un formato teatral a la gran pantalla.

Algunos han pretendido ver una crítica a la pena de muerte o al sistema judicial, pero el director, no obstante, parece ir más allá y la deliberación de un jurado con su claustrofóbica atmósfera se convierte en el escenario ideal para mostrarnos doce tipos de personas que abundan en la sociedad actual. Lo mejor de la película es cómo nos hace ver a través de los ojos de los protagonistas los hechos presentados y cómo nos guía por las vivencias, frustraciones y prejuicios de cada uno de ellos.

En resumen, una obra maestra imprescindible.