El ex crítico reconvertido a director Daniel Monzón ya apuntaba maneras en sus manejos tras las cámaras con las curiosas “El corazón del guerrero” y “El robo más grande jamás contado” y sobre todo con su anterior trabajo, la interesante aunque fallida “La caja Kovak”. Ahora ha optado por un camino inusual en nuestro panorama: el cine de género carcelario. A modo de dramático thriller con hipertensión, el realizador desgrana un relato negro de efectividad aplastante como no se veía desde hace tiempo en una película española. Posiblemente desde “La caja 507” de Urbizu en el 2002 que no me había topado con una intriga made in Spain tan sólida, bien rodada y mejor interpretada.

En cuanto a esto último, por supuesto el colosal Luis Tosar con una composición mítica desde ya, rodeado por un verosímil y anónimo Alberto Ammann, un excelente Resines y un efectivo desfile de secundarios variopintos. Las pegas están en un Carlos Bardem que parece demasiado forzado y una Marta Etura que no acaba de ser del todo creíble. Monzón dirige con pulso firme y una seguridad aplastante esta revuelta carcelaria con inocente hitchcockiano incluido, que ha de hacerse pasar por preso en el ojo del huracán, atrapándonos con él en un contubernio de alta testosterona.

De vocación realista, aquí no hay baladronadas o recursos trillados, sino que se vela ante todo el tono de autenticidad que la historia transpira en todo momento, a la vez que se exhibe veladamente cierto trasfondo crítico con el estado de las cárceles españolas, sin caer en discursos tremendistas o pretendidamente aleccionadores. Que nadie espere un “Prison Break” cañí, esto es una intriga dramática, dura y nada benévola con el espectador, un “sálvese quien pueda” emocionante, violento y arrollador.