Spike Lee, a lo Adam McKay, realiza su parodia más extrema, ridícula y absurda hasta la fecha. Y, ante tanta puerilidad, simplicidad y maniqueísmo, la película (basada en hechos reales) provoca el efecto contrario en el espectador.
Spike Lee no esconde sus cartas y por enésima vez nos vende su alegato sectario y propagandístico del racismo en los E.E.U.U. En un tono cómico, complaciente, plácido (si cabe) y panfletario, compone esta parodia o comedia negra sobre un infiltrado afroamericano y su compañero en el KKKlan en los inicios de los 70.
A mi, que siempre me ha dado miedo esta organización y sus actos, tras el visionado de esta película se me han disipado todas mis creencias e ideas al respecto; y es que la caricatura que hace Spike Lee de este grupo xenófobo, de la policía, de los grupos afroamericanos en defensa de los derechos de las minorías étnicas, etc., es tan infantil, inocente, fútil y sesgada que sus efectos son mínimos desde la butaca del espectador, provocando risas impropias, situaciones grotescas inanes y reiteradas secuencias telefónicas desmedidas e inverosímiles.
Interesante, merece un visionado cuanto menos.