¡Qué señora película se ha marcado Rodrigo Grande! Y si no la conocéis, estáis a tiempo de enmendar vuestro gravísimo error. Si sois amantes del buen thriller, de esas películas que te dejan al borde de un ataque cardíaco o de nervios, ‘Al final del túnel’ es la opción perfecta.

Bajo la premisa de cosechar para luego sembrar, su director, que además firma un guión de “toma pan y moja” en el que está cuidado cada detalle, aporta una atmósfera muy Fincher, muy ‘La habitación del pánico’ y bajo esa claustrofobia comienzan los giros de guión de los que algunos se ven y otros que no. Lo que es seguro es que, partir de ahí, no parar de morderte las uñas.

Cuando menos te das cuenta, ya estás del lado de su paralítico protagonista (Leonardo Sbaraglia, inmenso). Ni siquiera me molesta que Clara Lago se quiera hacer la argentina con mejor o peor acierto. La película ya está en marcha y no la puedes parar, junta paso a paso sus piezas y todo encaja sin rechistar. A destacar la entrada en escena de Federico Luppi, de su porte y saber estar a pesar de sus años y de como el director juega con la luz en una secuencia para enmarcar dentro de su tour de force final de veinte minutos en donde no sobra nada y en donde el guión vuelve a brillar.

Habrá quien busque tres pies al gato y que cuestione algunas decisiones del guión. Yo me quité el sombrero ante tal exhibición y maestría. Pocas películas han logrado trasmitirme tanta intriga como ‘Al final del túnel’.

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