Tras ganar el Oscar por ‘La Gran Belleza’, Paolo Sorrentino se ha convertido en un referente del cine europeo actual. Con un estilo visual ya característico y una forma de narrar historias en las que podemos descubrir, al menos, un poquito de Fellini, Sorrentino recurre a dos pesos pesados del cine como lo son Caine y Keitel para hacernos reflexionar sobre la vejez y el tiempo.

Como los años no hacen mella en ciertos actores, asistimos a una clase magistral de dos señores legendarios muy bien dirigidos, y que interpretan a dos directores, uno de cine y otro de orquesta que hacen balance de sus vida. Ambos repasan conquistas, logros, errores… y lo que podría ser un dramón con mayúsculas, el director lo lleva al camino opuesto. La película es, desde el minuto dos, un bonito homenaje a la vida que invita a la reflexión, a vivir el momento y aprovechar el tiempo que se nos ha otorgado.

Más allá del dúo protagonista, llama la atención un personaje en concreto de la trama. Me refiero al interpretado por el siempre desconcertante Paul Dano, dando vida a un actor que (literalmente) ve pasar la vida. Estancado, solo es recordado por hacer de robot en una película mientras Mick repasa el guión de su última película. Crea un magnífico contraste: Uno derrocha su juventud sin ver que nunca la recuperará y otros anhelan por tenerla.

Sorrentino apela a las ganas de seguir mirando hacia adelante. El pasado quedó atrás. Lo mejor es disfrutar del presente y de esta película.

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