La película presenta una cierta biografía de Tomás Moro, canciller de Inglaterra durante el reinado de Enrique VIII, un príncipe, como la mayoría del Renacimiento, bastante autoritario, caprichoso y mujeriego. La obsesión del rey era dominar los poderes medievales representados por la Iglesia y los señores feudales, que aun no habían entrado por la modernidad, es decir, el predominio de la autoridad real. Las medidas de coerción por oponerse al rey eran el encarcelamiento, el destierro en el mejor de los casos o la pena de muerte en el peor, con juicios amañados por los lameculos reales. El director presenta una Inglaterra impulata, modelo de libertades, lo que está fuera de toda realidad para un país pequeño y en permanente rebeldía de los señores feudales. La Iglesia fue exclaustrada y sus propiedades integradas a las de la corona o la de los cancilleres, tan corruptos eran los tiempos. La conflictividad con Roma por mor de la nulidad del matrimonio del rey con Catalina de Aragón, hija de los reyes católicos y tía del emperador Carlos V, impulsó el dominio real sobre la Iglesia de Inglaterra, a la que obligó a aceptar la primacía del Rey sobre el Papa. Ello provocó un conflicto de conciencia en muchos católicos, incluido el canciller Tomás Moro y esto le valió la cadena perpetua y posterior condena a muerte. Moro fue ejecutado en julio de 1535. La película mantiene buena ambientación, acción lenta, buenos diálogos pero el personaje y los problemas del momento están escasamente estudiados. Se hubiera necesitado un guión de mayor consistencia histórica.