En junio de 1900, China, con una emperatriz viuda que no gobernaba, estaba materialmente ocupada por las potencias coloniales que hacían y deshacía a su gusto. Ante esta situación y vista la inactividad del gobierno, el movimiento nacionalista bóxer, a cuyo frente está el príncipe Tuang, se propuso la expulsión de todos los extranjeros. En este ambiente caldeado llega a Pekin el comandante Lewis [Heston] para evacuar la embajada USA. El decano del cuerpo diplomático Arthur Robinson [Niven] y el resto de países deciden quedarse al saberse que una expedición de ayuda está en camino. La situación a mitad de mes se complica con la muerte del embajador alemán y con la decisión del gobierno de ordenar a los bóxers atacar el recinto diplomático y al ejército impedir la llegada de la columna expedicionaria de ayuda. Los occidentales, encerrados en el recinto de las embajadas, resistieron a duras penas los furibundos ataques de los bóxers llegándose a una situación insostenible en la que todos podían perder la vida. Por fortuna, cuando todo parecía perdido, llegó la expedición de rescate que liberó a los asediados y provoca la caída de la emperatriz y sus ministros.

Demasiado larga, mucho movimiento de masas, especialmente en la toma de la ciudad prohibida. Podría haber recortado en la introducción, en el ataque a los polvorines, el asedio a las embajadas y de paso quitar el drama lloroso de la hija ilegítima del sargento y a Ava Gadner que no se sabe qué hace en esta historia. La cinta fue rodada en las afueras de Madrid y adolece de decorados apropiados: el río es una meada de gato, Pekín gran ciudad en 1900 parece como un poblado del oeste y el espectador no acaba de enterarse quiénes son los bóxers ni el príncipe Tuang ni el general Yunlú. Nicholas Ray, harto de wisky y droga, sufrió un ataque y abandonó el rodaje, que completó Heston. Pese a todos estos inconvenientes la actuación de los personajes es excelente y la película, aún exagerando un poco, más o menos se adecua a los hechos históricos.