Para mí ha sido una sorpresa. Un film de esos que te pones por poner una tarde fría y aburrida de un enero desangelado, y que te anima del todo. La presencia de Clint Eastwood eleva la historia y de qué manera. Una figura muy masculina que, ahora, ya no podría casi ni darse en el cine con toda la maldita tendencia “woke” del momento en el que mujeres negras y mujeres chinas y, demás etnias oprimidas, tienen que quedar por encima del hombre heterosexual blanco en cada historia. Empieza la peli, siendo un aburrimiento y cuando aparece el Reverendo (Eastwood), dando una lección a palos a los matones del cabroncete que quiere echar a “los cacerolas” (los mineros resistentes en su poblado), se pone interesante la cosa.

La niña de 14 años hace un buen papel (me refiero a la actriz Sydney Penny), como niña rijosa y, ciertamente, bonita y, al final, enamorada del Reverendo (que nadie se cree que sea un maldito reverendo con la de huevos que le echa a todo). Una película que tenía por ahí apuntada para ver desde hacía años en mi cabeza, pero de un modo desdibujado y poco firme, y que me dejó la tarde muy contenta. Aparece el enorme y gigántico actor que da vida en las pelis de Roger Moore del agente 007, a Tiburón (Richard Kiel), qué aunque no dice una sola palabra la lía un poquito. Final hermoso. Lecciones filosóficas con mueca de hombre duro. Película clásica con ambiente sombrío que nadie ya volverá a grabar, no vaya a ser que las organizaciones feministas se sientan oprimidas por el heteropatriarcado.

En fin… Una historia hermosa, que queda algo vieja, y qué, por fecha, 1985, sería uno de los últimos westerns del cine. Un film para ver si te gusta este tipo de género ya casi inexistente.