Detesto la manía de los yanquis de restregarnos su bandera en todas las películas que hacen. Si se fijan, hay pocas en las que no salga una banderita ondeando por ahí.
Bien, en este caso, la cuarta entrega de Rocky nos pasa la bandera por delante y por detrás, pero se lo perdonamos un poco porque es una entrega espectacular, con una fuerte carga emotiva y de violencia, de voluntad y de fuerza bruta.

El contrincante es un ruso (de ahí el patriotismo) que parece un muñeco musculoso de esos con los que juegan los niños. Pero este tipo es de carne y hueso y pega como una bestia. Es interesante el contrapunto del baile de pies de Rocky con los mortíferos pero certeros pasos de mastodonte del ruso. Y debo añadir que también su mujer da un poco de miedo.

El entrenamiento es muy bueno, y con un toque diferente... y algo agreste. Rocky está aquí tan fibrado que parece que le han dibujado los músculos con rotulador.

No me importó que la película estuviera invadida de banderas y de mensajes pseudo patrióticos; vale la pena pasar por alto todo eso y disfrutar. Ah, y no creo que yo sea la única que lloró (pero no les digo por qué... tienen que verla).