Es la quinta entrega de la saga de Chucky, el muñeco asesino con vida propia, y, pese a que la acción se sitúa en su mayor parte en Hollywood, se trata de una coproducción británico-rumana. Me ha gustado bastante; es una salvajada que comienza con unos títulos de crédito en los que toda la pantalla se va cubriendo poco a poco con un líquido blanco, el semen de Chucky. Porque sí, Chucky, aunque sea un muñeco, puede tener sexo, y eyacular, y de hecho hay una escena, alucinante -tal vez la escena más gamberra de una película tan gamberra como ésta- en la que el cineasta John Waters, aquí en el papel de un fotógrafo, ve desde la calle cómo el muñeco se masturba, recortado en silueta, junto a la ventana de una habitación.

Jennifer Tilly, interpretándose a sí misma, hace una buena autoparodia, y el film no se queda en el juego, tan habitual ya en el campo del terror, del "cine dentro del cine", sino que además incluye unos homenajes y referencias, más o menos paródicos, a films como "Glen or Glenda" (1953), de Edward Wood, Jr., "Psicosis" (Psycho, 1960), de Alfred Hitchcock, y "El resplandor" (The Shining, 1980), de Stanley Kubrick. Y a los directores que las dirigieron.

En conjunto, es una comedia "gore", irreverente y divertida, y políticamente incorrecta, que se mete con todo y con todos, sin dejar títere con cabeza.