Por allá en el 2009, me crucé con una película oriental de acción, no le tenía mucha expectativa y aunque conocía las películas asiáticas de terror con un nivel muy bueno de suspenso no sabía con qué me iba a encontrar. Woochi, un mago taoísta que por una maldición es condenado y atrapado en una pintura y que termina siendo un cazador de demonios en la Corea actual.
Una historia inverosímil, juega con los sentidos, aturde a la percepción de la realidad, recrea con efectos especiales pero de forma limpia las batallas a las que se enfrenta Woochi con los demonios actuales, más poderosos. Es de esas historias que demuestran que todavía hay mucha imaginación por plasmar en las películas y que no necesariamente tiene que ser con los presupuestos excesivos de Hollywood. Esta película rompe con todo, me parece genial cómo las historias orientales siempre tienen hilos con su historia ya que rescata toda esa cultura tan rica de dinastías, creencias, vidas entrelazadas, destino. Mucha acción, mucha comedia.