Esos ojos tristes miran el mundo, ese que nos regalan al nacer, o algo así se dice, y lo contempla con esa mirada, esa tristeza, para llegar a una conclusión, la vida no merece la pena si no te la juegas con un poco de riesgo. Porque cuál es su futuro, el mismo que el de todo el mundo, cuando ni siquiera está preparado para aceptar esa rutina, esa gran vida que sus iguales esperan para él. El corazón se acelera, sólo por meter la mano en ese bolso, esa chaqueta donde palpita el dinero que otros han ganado en algún momento. La mano se desliza, se adentra en una nueva miseria que extrema la respiración, inunda la decencia y agolpa los silencios del ladrón que vive para sentir.

Los ojos siguen tristes, cualquier oficio se aprende, y este no supera la concepción de arte al moverse sin ser visto, al desvalijar con sumo cuidado y visible olfato a cada una de las víctimas. Esconde su valentía de manos cruzadas, rápidas y cómplices, poco importa quién se preocupe por él, porque tiene ese objetivo, convivir con un botín que para nada alcanza. Jugar con la policía presente es el peligro que desea sentir, todo ladrón tiene sus propias leyes, pero este sólo se quiere demostrar que todavía existe, en una vida que no sabe soportar.

Sus días de ladrón pasan rápidos, su corazón latía, como nunca, su miedo se llenaba en una habitación vacía, con una puerta que no cerraba, una cama que apenas utilizaba, un hogar para alguien huidizo. Pero su vacío se completaba con un par de personas latentes, cercanas, cuando él estaba lejos de todo lo conocido.

Unos lo hacen pero no lo dicen, otros comentan lo que nunca tuvieron valor para llevar a cabo, este hombre, siempre unido a sus ojos tristes, lo comparte todo, ¿algo más puede perder?