Es un hecho irrefutable que cada individuo disfruta de una capacidad sensorial única, personal e intransferible. De ahí la disparidad de criterios a la hora de valorar un coche, un vestido, un chiste, una comida... o una película.

Pero lo que ocurre con Paranormal Activiy debería presidir el monumento a la bipolaridad. El abanico de adjetivos que lleva ganado este invento casero causa auténtica conmoción. Francamente difícil encontrar un fenómeno parecido.

¿Y cuál es mi opinión?
Pues simplemente que hablamos de una película que juega a no serlo... y, por lo tanto, seguir el protocolo de pagar una entrada y entrar al cine, resulta casi ofensivo.

Experimento para disfrutar en la soledad de tu alcoba, a medianoche, en penumbras, en silencio sepulcral... sin pensar en fotografías, en perfiles de protagonistas, en bandas sonoras, en encuadres, en guiones... ni en nada que huela y defina al séptimo arte. Simplemente dejarse llevar por esa extraña sucesión de escenas triviales aparentemente carentes de argumento.

Me aconsejaron que lo hiciera así... y, como todavía soy obediente, lo hice.
Puedo prometer que hubo momentos que los pelos se me pusieron como escarpias. Quizá más tiesos que con otras convencionales hoy mitificadas por la crítica.
Pero que nadie coja el rábano por las hojas, no pretendo insinuar que estemos ante un buen ejemplo de cine de terror. De hecho, creo que ese es el gran error, evaluarla cinematográficamente.

Solo puedo repetir el consejo que recibí, y recomendar que la gente la disfrute en las condiciones mencionadas. Y si no funciona, la solución es simple, a la papelera de reciclaje y punto.