Sobre un tema muy simple (un maduro pistolero, William Munny, retirado que vuelve a empuñar las armas con el fin de ganarse unos dólares que unas prostitutas sometidas a un brutal y déspota amo, ofrecen para vengar la afrenta cometida sobre una de ellas), Eastwood construye un relato que sin perder de vista sus referentes más inmediatos (Leone y Siegel principalmente), se mueve por terrenos bien diferentes, no sólo alrededor de los mitos sagrados del western sino también en el terreno de la desmitificación. El recorrido de Munny (Eastwood), su socio Ned (Morgan Freeman) y el joven Kid (Jaimz Woolvet) es un itinerario básicamente desmitificador.

En lugar de los vigorosos pistoleros, tenemos a dos viejos achacosos, en busca de dinero para mejorar sus humildes vidas. El peso del pasado que acumulan ambos es incluso demasiado para ellos, un pasado envuelto entre la realidad y la exageración, mientras que las nuevas generaciones apenas son capaces de disparar más allá de sus narices.

La voluntad de Eastwood es la de ofrecernos una película lo más realista posible, con una puesta en escena totalmente naturalista, despojada prácticamente de todo ornamento, y unos interiores notablemente sucios y oscuros, en los que se mueven unos personajes cargados de connotaciones negativas (unos se mueven por dinero más que por voluntad de hacer justicia, otros amparan su brutalidad en la ley, otros se deshaogan con prostitutas) que sin embargo no pierden nunca su condición humana, dejando claro para el director que sus personajes no son ni totalmente buenos ni totalmente malos, rompiendo de esta forma el habitual maniqueismo en los westerns clásicos. Otro tema interesante es cómo el realizador desmonta los principales mitos sobre los pistoleros.

Por otro lado es interesante el uso que hace de la violencia, siempre mostrada en términos negativos, pese a que prácticamente todos los personajes que aparecen se valen de ella, mostrando que está muy arraigada en la sociedad. Además, Eastwood, de forma muy sutil e inteligente también nos ofrece una visión nada contemplativa de las autoridades, y del uso del poder que tienen.

A todo esto hay que añadir un excelente reparto en estado de gracia que contribuye a aumentar la sensación de realismo. Empezando por él mismo, componiendo un excelente personaje atormentado por el peso de un pasado que le persigue. Morgan Freeman borda el papel de fiel y eficiente escudero de Munny, mientras que la breve aparición de Richard Harris resulta memorable. Pero por encima de todos brilla Gene Hackman cuya composición de sheriff despótico y arbitrario es descomunal.

Tras varios años agonizando, tuvo que ser Clint Eastwood, uno de los más se había beneficiado a costa del género, el que firmara su certificado de defunción.