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Voto de Sibila de Delfos:
9
Drama Ésta es la historia de un líder guerrero, involucrado en una guerra y que se propone reconstruir la relación con su esposa. Se trata de una de las tragedias más importantes de la literatura. Adaptación de la obra de William Shakespeare. (FILMAFFINITY)
5 de noviembre de 2015
16 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Macbeth, versión 2015 de Justin Kurzel, es una prueba de fuego. O podría serlo.
Está por ver cómo va a recibir el gran público una película como esta, tan extraña, tan poética, donde los actores recitan en verso continuamente, tan fiel al texto original de Shakespeare, tan poco glamourosa en su vestuario y decorados, con un ritmo tan denso a ratos y, sobre todo, tan decididamente anticonvencional y original.
Sin embargo, en un mundo donde abundan las secuelas, precuelas, remakes, reboots y adaptaciones (en cuatro palabras: la falta de imaginación) y dentro de un año tan decepcionante hasta la fecha como está siendo este 2015, Macbeth es como una bendición del cielo, aunque sea un cielo gris y tormentoso como el de Escocia. Y lo es porque está hecha con innegable gusto y con agallas. Como decíamos antes, es una de las cintas más originales del año. Y también extrañas. No es para todo el mundo ni va a gustar a todo el mundo. Apuesta por una narrativa de voces en off combinada con el diálogo convencional. Rehúye de la estética grandiosa que suelen tener este tipo de producciones (a pesar de la nobleza de los personajes, ni el vestuario ni la dirección artística reflejan ese estatus social, más bien al revés, y si no observen la extrema humildad del hogar de todo un barón como Macbeth). Su aspecto, en consonancia con la adversa climatología escocesa (muy simbólica, por supuesto, del alma de los personajes y la naturaleza de la historia), es decididamente feísta y, al igual que la dirección artística, muy humilde. Sin embargo, todo esto se combina con una de las realizaciones más cuidadas y fascinantes del año. Justin Kurzel, acompañado de la paleta de colores de la espectacular y muy premiable fotografía de Adam Arkapaw (ahora azul, ahora amarilla, ahora roja), ha diseñado un espectáculo visual verdaderamente fascinante. Apoyado en el inmortal e incuestionable poder dramático de la historia popularizada por William Shakespeare, muy respetada aquí a nivel de diálogo, Kurzel da rienda sulta a toda su fantasía componiendo un fresco visual que a ratos parece un videoclip (la batalla inicial, combinando la cámara lenta con la acción más sangrienta), a ratos una tragedia lorquiana (el prólogo) y a ratos la más siniestra cinta de intriga o incluso terror (ver las apariciones de las Brujas o la muy tensa secuencia del asesinado que comete el protagonista, o el que ordena cometer en lo más profundo de un bosque). El resultado es un pastel con cierto regusto amargo, pero indudablemente hermoso y sabroso, con tantos detalles fascinantes que sin duda es recomendable más de un visionado y sobre todo con más valentía que el 90% de las películas que se estrenan cada año. Así, la historia de la ambición desmedida de Lord y Lady Macbeth por convertirse en reyes de Escocia conserva intacto su poder y su enseñanza, pero se nos muestra como nunca antes, sin cháchara de más (atención al uso que se hace de los silencios... cada palabra es necesaria) y sin elementos superfluos. Es narración pura y dura y cine en mayúsculas.
Por desgracia, no todo es bueno. Ese mismo virtuosismo visual del que hacen gala Kurzel y Arkapaw parece en algunos momentos importar más al realizador que la propia historia que está contando. Secuencias como la de la batalla inicial y la final están sin duda alargadas solamente para que Kurzel se regodee en el hermosísimo cuadro que está pintando. Igualmente, la película tiene un ritmo denso, muy denso a veces, que sin duda va a poner a prueba la paciencia de muchos espectadores.
Pero si hay una cosa que queda fuera de toda duda o interpretación en Macbeth es la mastodóntica interpretación de su pareja protagonista. Michael Fassbender y Marion Cotillard forman una de las parejas más demoledoras del cine reciente, y no sólo por la química que tienen entre ellos (atención al momento en que sus personajes tienen sexo mientras planean el asesinato de Duncan), sino por lo que consiguen también en sus momentos en solitario. La oscarizada intérprete de La vie en rose (Olivier Dahan, 2007) demuestra una vez más que posee un carisma y un talento de auténtica superdotada. La manera en que mira, su elegantísima expresión corporal, la manera en que recita sus monólogos y la pasión que desprende su voz son dignas de todos los elogios del mundo. Por su parte, el actor germano-irlandés acomete la más difícil todavía en la atormentada piel del noble escocés, y para que se hagan una idea, el impacto es equivalente al de Russell Crowe en Gladiator (Ridley Scott, 2000). Fassbender, como Crowe entonces, es el epítome de la masculinidad, el carisma y el talento en forma de torrente que arrasa al espectador. Masculinidad ya no tanto física, que también, sino interior. Es la idea hecha cuerpo de un hombre comportándose como un hombre, con sus errores y defectos, con su tortura interior luchando con su sentido del honor y su ambición, y su verosimilitud es tanta que en ningún momento cabe pensar en cualquiera de los otros personajes interpretados por Fassbender. Es Macbeth, simple y llanamente. Su Macbeth, el Macbeth del protagonista de Shame, pero un Macbeth tan real y tan terrible que casi asusta.
Fascinante, compleja, sorprendente, extraña, poética, violenta, siniestra, densa. Así es Macbeth. Una de las películas más arriesgadas y originales del año. Para bien o para mal. Avisados quedan.

Lo mejor: La realización de Justin Kurzel, el respeto por el texto original y las poderosísimas interpretaciones de Michael Fassbender y Marion Cotillard.
Lo peor: A ratos da la sensación de que le interesa más lo visual que la historia, y el ritmo es a ratos demasiado denso.
Sibila de Delfos
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