Si Elvis Presley sigue siendo reverenciado hoy en día y lo seguirá siendo siempre, no es por casualidad.
Ante tamaña leyenda, hacía falta un director que pudiese dar un enfoque de puro espectáculo, y ese hombre es sin duda Baz Luhrmann. El director de Moulin Rouge aporta a la historia del Rey del Rock su peculiar estilo: esos crecendos espectaculares de cámara y música, el montaje frenético, el lujo por todas partes en la producción (atención al vestuario, el maquillaje, la peluquería y el diseño, obra de la esposa de Luhrmann, la oscarizada Catherine Martin), la intercalación de música de Elvis y de la época con sonidos actuales, y la estética de videoclip que tan bien le funcionó en el clásico protagonizado por Nicole Kidman y Ewan McGregor. Además, acierta también el australiano en la manera de abordar la narración. Todo lo que vemos, todo lo que escuchamos, es la versión del Coronel Tom Parker, que no es precisamente un héroe en toda esta historia (más bien al contrario). Así pues, ¿quién fue Elvis en realidad? Cada espectador puede contestar esa pregunta y hacerse la idea que quiera sobre el solista más vendido de todos los tiempos. La película cuenta los hechos, y lo hace con pasión, con ambición, con esa misma sensualidad y sexualidad que exudaba la estrella, pero la interpretación corresponde al público, y eso es una maravillosa noticia.
Además, queda para el recuerdo el tour de force entre Tom Hanks (soberbio siempre, haga lo que haga, y esta vez lo tenía difícil, en la piel de un tipo ciertamente despreciable) y un Austin Butler que, si hay justicia, debería estar nominado a todo en la temporada de premios. Tenía el reto casi imposible de estar a la altura de uno de los iconos más grandes de la historia, y no sólo lo consigue sino que lo hace entregando momentos de absoluta brillantez y control de la escena (ver cuando debe salir a hablar con los periodistas tras sufrir una tragedia familiar, o cuando intenta despedir a Parker en mitad de un show en Las Vegas).
Si no se lleva la máxima nota es porque sin duda es excesivamente larga (hay segmentos que podrían haberse aligerado) y porque, la verdad sea dicha, el estilo del director es tan dinámico, rápido y con ese montaje tan frenético que algunas cosas no terminan de estar bien explicadas, y los menos versados en la vida y obra del Rey puede que no terminen de entender ciertos momentos (por ejemplo, su servicio militar, que ocupa muy pocos minutos en pantalla).
No es perfecta, desde luego, y no es la mejor película de su realizador, pero sí es excelente y, sin duda, una de las mejores cintas del año.

Lo mejor: La realización de Luhrmann. Sólo él podía dirigir esta película. Y las interpretaciones de Austin Butler y Tom Hanks.
Lo peor: Es demasiado larga, y el peculiar estilo del director ahoga a veces un poco la narración.