El problema de Love Never Dies no es ni la música ni el montaje.
No siendo ni de lejos el mejor musical de Lloyd Webber, la música de esta obra sigue siendo arrebatadoramente romántica y sin duda llega al corazón y revuelve emociones. La producción es espectacular también, con lujo por todas partes en los decorados, el vestuario, la dirección artística, la luz, el sonido, el maquillaje, la peluquería, etc.
El problema de esta vuelta de Erik, Christine y Raoul a los escenarios es que el material que les sirve de base es sencillamente atroz. Y eso que para el estreno australiano se cambiaron bastantes cosas, en vista de las terroríficas críticas recibidas en Londres. Pero ni por esas. Un final imposible, una trama que deshace y destroza todo lo bueno del original y muy especialmente cambia la naturaleza de la relación entre el trío protagonista, y una historia cursilona que, sencillamente, no engancha.
Una pena echar por tierra así algo tan hermoso, cuando estaba por ahí la maravillosa novela Fantasma de Susan Kay para utilizarla como base. En fin.