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8
8,2
38.304
Drama. Intriga
Al poco tiempo de perder a su esposa Rebeca, el aristócrata inglés Maxim De Winter conoce en Montecarlo a una joven humilde, dama de compañía de una señora americana. De Winter y la joven se casan y se van a vivir a Inglaterra, a la mansión de Manderley, residencia habitual de Maxim. La nueva señora De Winter se da cuenta muy pronto de que todo allí está impregnado del recuerdo de Rebeca. (FILMAFFINITY)
13 de mayo de 2011
71 de 75 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como la mayoría de las comedias, “Rebeca” basa su conflicto argumental en un equívoco. Una mujer piensa que su marido se ha casado con ella para sustituir a su esposa fallecida, cuando en realidad lo ha hecho para olvidarla. Todas las escenas de la primera parte ilustran esta situación engañosa. Así, los esfuerzos de la nueva esposa por suplantar a la antigua dejan en evidencia no sólo la distancia entre ambas sino la confusión de roles: Max de Winter espera de su mujer lo contrario de lo que ella intenta hacer ya que la ha “contratado” por carecer completamente de los atributos de la difunta Rebeca. Recordemos que es una “acompañante pagada” que asciende de categoría. Pero “Rebeca” no es una comedia.
Y esto a pesar de Hitchcock, que se sentía atraído por el humor subyacente de la historia y que siempre dijo que la película era más de Selznick que suya.
Hitchcock tenía razón, puesto que la historia que realmente narra “Rebeca” es de una hilarante crueldad. La protagonista ni siquiera tiene nombre (incluso a la chaquetilla de punto que llevaba se la bautizó con el nombre de su antagonista fallecida). El papel que juega en la vida de Max –que ni sabe cómo se peina o viste, que no tiene la delicadeza de retirar la mantelería alusiva a la anterior Señora de Winter- es instrumental y se limita en último término a ayudar a quemar su pasado (de forma literal, por cierto). El servicio la observa, divertido, y Max es, desde luego, cómplice.
Pero no es comedia, a pesar de poseer momentos bastante divertidos y muy hitchcockianos.
Y esto a pesar de Hitchcock, que se sentía atraído por el humor subyacente de la historia y que siempre dijo que la película era más de Selznick que suya.
Hitchcock tenía razón, puesto que la historia que realmente narra “Rebeca” es de una hilarante crueldad. La protagonista ni siquiera tiene nombre (incluso a la chaquetilla de punto que llevaba se la bautizó con el nombre de su antagonista fallecida). El papel que juega en la vida de Max –que ni sabe cómo se peina o viste, que no tiene la delicadeza de retirar la mantelería alusiva a la anterior Señora de Winter- es instrumental y se limita en último término a ayudar a quemar su pasado (de forma literal, por cierto). El servicio la observa, divertido, y Max es, desde luego, cómplice.
Pero no es comedia, a pesar de poseer momentos bastante divertidos y muy hitchcockianos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Obviamente porque hay un personaje que se toma todo muy en serio, la célebre Sra. Danvers. Ella custodia el castillo con el celo suficiente como para que su arquitectura gótica incline la balanza. La enorme riqueza iconográfica de esta película es producto de ese esfuerzo: la cambiante silueta de Manderley, la cabaña junto al mar, la puerta de la habitación maldita custodiada por el fiel cancerbero, las rocas pertinaces sobre las que recae la rompiente, la cara del marinero loco, la propia figura espectral de la Sra. Danvers. Serían en sí mismos materiales inofensivos, de no ser porque una mente en penumbra los ha transformado.
Ahí surge la tensión que, a mi entender, hace de “Rebeca” una película magistral, la eterna violencia que se da entre –disculpen la cita, pero no hay expresión que lo defina mejor- la realidad y el deseo, que Daphne du Maurier concibe y que Hitchcock muestra encarnándola en dos escenarios concretos, dos habitaciones. El dormitorio de Rebeca –lo que Rebeca no es y que no existe más que en la mente fetichista de la Sra. Danvers- y el interior de la cabaña –lo que en realidad era Rebeca. En ésta última está la solución del secreto de Rebeca, y no me refiero al mediocre misterio relacionado con su muerte y que deberemos padecer antes de que acabe la película. A lo largo de la filmografía de Hitchcock, esto será un recurso muy común, como sucede con la habitación de Norman Bates en “Psicosis”, tan reveladora.
Ahí surge la tensión que, a mi entender, hace de “Rebeca” una película magistral, la eterna violencia que se da entre –disculpen la cita, pero no hay expresión que lo defina mejor- la realidad y el deseo, que Daphne du Maurier concibe y que Hitchcock muestra encarnándola en dos escenarios concretos, dos habitaciones. El dormitorio de Rebeca –lo que Rebeca no es y que no existe más que en la mente fetichista de la Sra. Danvers- y el interior de la cabaña –lo que en realidad era Rebeca. En ésta última está la solución del secreto de Rebeca, y no me refiero al mediocre misterio relacionado con su muerte y que deberemos padecer antes de que acabe la película. A lo largo de la filmografía de Hitchcock, esto será un recurso muy común, como sucede con la habitación de Norman Bates en “Psicosis”, tan reveladora.