Una vez un sabio del cine dijo que algunos directores tenían tanta experiencia que eran capaces de hacer películas más que dignas sin despeinarse (sin poner todo el empeño que ponían años atrás), el ejemplo era “la mala educación” de Almodóvar, pero puede valernos perfectamente para ésta.
Buen cine, sin aspavientos, sin embaucarte ni su argumento ni su desarrollo, pero cumpliendo con todo lo requerido para entretener e interesar.
En el mundo ideal, estos films serían los que ocuparían las sobremesas (no son “peliculones” pero su calidad es más que suficiente para amenizar cualquier momento). Lamentablemente, en el mundo que vivimos, una obra grabada con profesionalidad y lucidez parece una maravilla, y un papel que debería ser el pan de cada día parece tan bueno que se hace merecedor de un Oscar (que, nos guste o no es el mayor título que puede recibir un actor de cine).

En definitiva, si se espera ver un hito del cine de protesta, decepcionará. Pero si se va al cine sin convencimiento, su excelente reparto (con un Tom Wilkinson estelar, y con un Sydney Pollack veterano), y su bien llevado argumento sobrarán para cumplir con lo establecido.
Destacar que se trate de una ópera prima… de un director de 51 años. Sobrado anda Tony Giroy de experiencia, aunque sea en otras especialidades; y además, contó con la ayuda de varios de sus poderosos amigos (desde Soderbergh hasta Minghella).