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Voto de Chris Jiménez:
10
Drama. Thriller Un entomólogo en busca de insectos en un desierto de arena se ve de repente atrapado conviviendo con una mujer que vive sola en una vieja casa, y con la que establecerá una extraña relación. (FILMAFFINITY)
30 de octubre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más allá de las formas tangenciales de los límites de la lucidez y la razón se erigen mundos desconocidos donde priman normas establecidas fuera de toda lógica que atrapan a los incautos que se aventuran a interpenetrar en ellos y el origen de su existencia se pierde entre laberintos de sombras incesantes que guardan enigmas anclados en otra era, los cuales no esperan ser descifrados con las respuestas de una sociedad donde lo real es insoportablemente plano.

A veces uno por sí solo debe adentrarse en uno de esos mundos y experimentar las posibilidades que ofrece, al igual que el protagonista de la historia, quien ve cómo de su curiosidad por lo científicamente tangible nace el alienante sentido de sus problemas. El encargado de guiarnos a través de este viaje que pone a prueba nuestros sentidos y miedos más profundos es Hiroshi Teshigahara.
Reputado director de documentales desde mediados de los '50 y siempre concienciado con el mundo que le rodeaba, este hombre comenzaría rompiendo moldes en la industria cinematográfica gracias a su debut "The Pitfall", ingresando en las listas de esos realizadores pertenecientes a la "nueva ola" nipona, donde se podían encontrar nombres como Yasuzo Masumura, Nagisa Oshima, Seijun Suzuki o Kaneto Shindo. Siempre interesado en los misterios que la figura del ser humano y su mundo puede alojar en su interior, vio en la exitosa novela que Kobo Abe escribió en 1.962, "Suna no Onna" (cuyo guión adaptó él mismo), la oportunidad perfecta para explorar dichos misterios llevándolo a las infinitas posibilidades del universo que el libro le ofrecía.

Éste, situando la acción en el Japón de mediados de los '50, nos narra la aventura en la que se embarca el profesor Jumpei Niki cuando decide investigar en las inmensas dunas del desierto en busca de algunas especies raras de insectos para añadir a su colección. En apariencia se presenta como un hombre sencillo, preocupado de su estudio, y que de algún modo encuentra en ese recóndito paraje arenoso el lugar perfecto para evadirse momentáneamente del ruido de su sociedad y abstraerse de vez en cuando en sus propias elucubraciones.
Pero, por reveses del destino, se encuentra aislado en ese lugar alejado de todo rastro de civilización, y al no poder regresar a casa acepta la ayuda de unos extraños lugareños que se le acercan y se ofrecen a acogerle hasta que pueda seguir su camino. El lugar en el que permanecerá será la casa de una viuda que se halla cercada por densas paredes de arena...a partir de ese instante el que antes era cazador se convertirá en presa, quedando cautivo por esas gentes sin conocer los motivos de sus acciones. Pese a ser tratado con gran cariño por su anfitriona lo único que anhela es salir de esa trampa infernal, mientras le invade el desasosiego, el tiempo pasa inexorable y toda gota de esperanza es sepultada bajo toneladas de espesa arena.

Teshigahara elabora así una pesadilla de auténtico terror psicológico expuesta en un clima de lo más asfixiante, que ahoga al espectador del mismo modo que al protagonista, y donde se construye una intriga que opera a dos niveles, la normalidad y la monstruosidad, el exoterismo y esoterismo, atravesada a su vez por un surrealismo onírico que se intensifica en tanto en cuanto la enfermiza y caótica relación del profesor con la mujer avanza; en esto "La Mujer de la Arena" acumula gran cantidad de detalles. El aspecto vanguardista del director, el cual no sólo guarda puntos en común con su anterior film, sino también con el cine moderno y rupturista de Yoshishige Yoshida, Shohei Imamura, Nagisa Oshima o Yasuzo Masumura, impacta por su poder visual, su capacidad para angustiar y sus elementos que ayudan a crear una atmósfera única impregnada de erotismo, suspense y horror a partes iguales.
A veces Teshigahara nos honra con planos generales del infinito desierto magníficamente fotografiado por Hiroshi Segawa, otras se acerca en extremo a los actores, donde vemos sus cuerpos cubiertos de arena, lo que enfatiza aún más el aprisionamiento de los personajes, ya que la arena es lo que les aparta del mundo exterior. Entre lo fantástico de su narración, se aprecia un claro conato de denuncia, quizá a ese fascismo japonés de posguerra, bien reflejado en el carácter de esos lugareños que recluyen a los protagonistas, que hasta humillan en cierta ocasión; si prestamos atención Jumpei expresa a la mujer su deseo de libertad y ésta le reprende alegando que qué hay de excitante en ser libre.

En un final pesimista y amargo, aunque el hombre no desiste en su empeño de escapar, acepta ese cautiverio impuesto, y jamás preguntándose el por qué de su situación. Mientras tanto, la sociedad a la que pertenecía le olvida, le da por muerto; el ser humano está condenado a vivir en soledad...
Eiji Okada y Kyoko Kishida brindan unas maravillosas actuaciones en la que sería la obra maestra de Teshigahara, responsable de dos nominaciones a los Oscar y del Premio Especial del Jurado en Cannes que el director sí ganó. Hoy por hoy figura no sólo entre las películas favoritas de Tarkovsky, sino además entre las más grandes obras del cine clásico japonés.
Chris Jiménez
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