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Voto de Chris Jiménez:
7
Drama Cuando el marido de Tokiko vuelve de la guerra, se encuentra con una terrible situación: su mujer ha tenido que dedicarse a la prostitución para pagar los gastos del hospital y cuidar a su hijo enfermo. Historia representativa de la postguerra japonesa: cuando los combatientes volvían a casa, no podían ni imaginarse los tremendos sacrificios que habían tenido que hacer sus familias para sobrevivir durante su ausencia. (FILMAFFINITY)
22 de febrero de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un secreto entre marido y mujer puede a veces corroer el alma, y más aún si hace peligrar realmente la estabilidad matrimonial hasta el punto de desmoronarse todo.
Esta vez será Yasujiro Ozu el que observe hasta qué límites puede demacrarse una unión matrimonial.

Y lo más importante: en período de posguerra. Y es que el director, antes de sumergirse en densos dramas marcados por el estatismo y las vicisitudes familiares en el seno de un hogar tranquilo, se sintió muy en consonancia con la situación que atravesaba su país; en 1.947 ya se cumplen dos años de la rendición, se procede a la ocupación estadounidense y desaparece el Imperio con una nueva constitución. Ozu, quien no ha tenido suerte con el cine durante la guerra (realizó un film de propaganda y rápidamente lo destruyó) es repatriado y vuelve con su madre.
Con "Memorias de un Inquilino" expone su visión de la sociedad por medio de una pronunciada vena neorrealista, que también abrazan sus compatriotas; se le aproxima entonces el autor y guionista Ryosuke Saito (muy asiduo de Yasushi Sasaki y colaborador de Hiroshi Shimizu) y empiezan a discutir sobre otra producción enmarcada en el mismo estilo. "Una Gallina en el Viento" es la progresión de su obra anterior, y empieza como aquélla, entre los recovecos de un barrio pobre situado en un derruido entorno; como hicieron antes Rossellini o Sica, Ozu filma la realidad desnuda y sin oropeles, porque es necesario transmitir la sensación de autenticidad y no tendría sentido hacerse de otro modo.

Sin embargo la crítica social, al igual que Mizoguchi y Shimizu, la vuelve a plantear por medio de la vida y situaciones de sus personajes. En este caso una joven madre llamada Tokiko que como no podía ser de otra forma está encarnada por Kinuyo Tanaka, la heroína por excelencia del melodrama clásico japonés; esta mujer vive en una casa alquilada con su hijo pequeño Hiroshi y sus caseros mientras aguarda la repatriación de su marido Shuichi. Ozu se esfuerza en hacernos sentir como la protagonista situándonos en plazoletas abandonadas, entre edificios medio deshechos y llevándonos a través de calles llenas de escombros y basura.
Este es el Japón del momento, un lugar en descomposición cuyas gentes caminan sobre sus cenizas, gentes que ya se han acostumbrado a la pobreza, la injusta inflación económica, la enfermedad...la rutina de la ruina. El kimono que Tokiko entrega a su amiga Akiko recordando las bonitas tardes de otoño cuando iban de picnic o la medalla que zarandea la vendedora Orie burlándose de su valor obsoleto; una ruina aceptada sin más perfectamente expuesta mediante los diálogos. La estructura narrativa posee dos partes y dos puntos de inflexión, siendo el primero la enfermedad que contrae Hiroshi de repente.

No se podría explicar mejor el coraje de la mujer japonesa en esa posguerra tan amarga como se hace en el caso de Tokiko, ni tampoco proponer la corrupción de la pureza y humillación que ha vivido el país a través del drama que ésta se ve obligada a afrontar para pagar la operación de su hijo (su imagen desaliñada frente al espejo es uno de los planos más poderosos y tristes filmados por el director); reconocer aquí al Ozu habitual es tarea difícil por su ferviente fidelidad a los trazos del neorrealismo más desgarrador y por narrar la historia desde un enfoque tan truculento. Aun así su exposición no es tan violenta como lo pudiera haber sido en manos de Mizoguchi.
Sólo es necesario observar la sutileza con que nos anuncia la inevitable decisión de Akiko, únicamente cambiando de escenario interior (el ventanal desvencijado, la pared llena de dibujos y el descampado desolado por habitaciones con ventilador y camas bien preparadas bañadas en una luz sugerente...). La historia entonces se rompe y se inicia una segunda parte centrada en la llegada del esposo, la cual (como se venía intuyendo) no va a ser tan agradable para Tokiko; ahora Shuichi asume el rol protagonista y el motivo de la narración ya no es la necesidad sino la culpa y la vergüenza.

Y aquí nos acorrala Ozu, en este hogar antes en calma y ahora devorado por una asfixiante tensión; si ya nos era difícil reconocer su estilo, con el enfrentamiento cara a cara entre el marido y la mujer rozará niveles de aspereza y violencia pocas veces expuestos en su cine. Se podría decir que Shuichi es una versión más brutal del director, y su reacción al observar el grado de humillación por el que ha pasado Tokiko es el mismo que el de aquél cuando regresó a su país y comprobó en sus propias carnes la humillación de la derrota; entre tanto unos escalones en la casa serán enfocados, sin saber muy bien por qué.
Hasta que Ozu, cual Hitchcock, los convierta en escenario de tragedia (o dicho de otro modo: la secuencia más impactante y atroz que hallamos en toda su obra); precisamente, a causa de este momento, nada de lo que nos plantea puede hallar una respuesta satisfactoria. Tanto para él como para Shuichi es posible recuperar la dignidad y la pureza aceptando primero su inevitable pérdida (en el caso de Tokiko a través de un reflejo, una chica joven también prostituta, segundo punto de inflexión y asimismo auténtica imagen de la derrota: universal, que no individual); no obstante pensar en una feliz conclusión resulta cuando menos indigesto tras una muestra de violencia y rencor tan grande por parte del hombre.

De estar Mizoguchi o Naruse tras la cámara, la ruptura y el abandono serían la única vía, pero la idea de Ozu sobre la unión familiar y matrimonial es inquebrantable, con el sacrificio de la mujer equilibrándose a la comprensión del hombre; no podría estar más en desacuerdo con su discurso.
Provista de algunas escenas tan duras como bellas (la mayor parte descritas en esos maravillosos travellings), esta obra sería para él un completo fracaso, por lo que se dispuso a dar un giro de 180º a su carrera. De hecho al año siguiente se destaparía con "Primavera Tardía", cambiando su cine para siempre...
Chris Jiménez
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