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Voto de Chris Jiménez:
5
Ciencia ficción. Aventuras Después de desaparecer sin dejar rastro, una nave que había viajado a Marte con cuatro tripulantes regresa a la Tierra. A bordo sólo se encuentran dos hombres, uno de los cuales está en estado crítico y tiene una extraña sustancia verde en el brazo. Los científicos someten al otro a hipnosis y éste les revela que Marte está habitada por plantas devoradoras de hombres, por unos extraños monstruos y por un gigante con un sólo ojo. (FILMAFFINITY) [+]
13 de junio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mayores obsesiones del Planeta hace ya más de 60 años como era la carrera espacial se trasladó al cine con pesado ahínco.
El Sputnik no se lanzaría aún, ni tampoco se sabría a ciencia cierta nada sobre nuestro vecino Marte hasta que en 1.965 la NASA lograra fotografiarlo gracias a la nave Mariner 4.

Sólo se podían barajar meras especulaciones, pero en terrenos de ficción era otra la realidad (qué ironía), y a finales de los '50 no fueron pocas las películas donde se veían a humanos viajando al Espacio o a extraterrestres llegando de él para hacernos una visita (y no siempre de cortesía). "La Conquista del Espacio", "El Terror del Más Allá" o la maravillosa "Planeta Prohibido" son perfectos ejemplos, pero todos parecen haber olvidado esa rareza llamada "La Furia del Planeta Rojo", producción de bajo presupuesto salida de la American International Pictures, fruto de la imaginativa colaboración entre Sidney W. Pink y el escritor de cuentos y guionista Ib J. Melchior, quien se aventuró en la realización del primero de sus dos únicos films en tal ámbito.
Pero las posibilidades de crear una obra de altura chocaron cuando el estudio les dio menos de dos semanas y algo más de 20.000 dólares para acometer el proyecto. Tal sensación de apresuramiento se advierte desde el principio; sin preámbulos que hagan falta, el guión nos mete directamente en situación, cuando unos oficiales y demás científicos de la NASA detectan una nave de regreso a La Tierra, la misma que fue enviada a Marte tiempo atrás.

El aspecto casi documental para aportar un cariz realista y dramático se disipa cuando aparece en la susodicha nave la mitad de la patrulla, y entonces se efectúa una de esas maniobras narrativas que un servidor tanto aborrece: el uso del "flashback" por medio de los recuerdos de un personaje, en este caso quizás el único tripulante vivo, la bióloga Iris Ryan. Aquí ya se dispara el carácter aventuresco de la historia, a bordo de la nave MR-1 junto a ésta y tres hombres más, cada uno de ellos esbozado grotescamente como meros estereotipos de la época; así tenemos que sufrir el viaje con las interacciones entre el aguerrido y valiente tipo de pasado melancólico (O'Bannion), el preocupado y sesudo doctor (Gettell) y el dicharachero que incomoda con cada palabra que sale de su inoportuna boca (Jacobs).
Entre medias un personaje femenino que se desmaya a cada dos por tres y que da la oportunidad a Nora Hayden de demostrar su terrible capacidad interpretativa. Cuesta creer que detrás de este guión se halle un talento como Melchior, pues los diálogos que van lanzando los protagonistas provocan una vergüenza nauseabunda y las situaciones que se plantean dentro de la nave se debaten entre los coqueteos de Iris y O'Bannion y los chistes a destiempo de Jacobs; no existe una verdadera sensación de amenaza hasta que por fin, pasada ya la media hora, salimos al exterior y nos adentramos en las recónditas tierras de Marte.

Concepción curiosa de un efecto innovador; al carecer de presupuesto se consideró usar el blanco y negro, pero una doble exposición durante el proceso de revelado dejó el negativo de las imágenes de un rollo afectadas por un peculiar brillo. Por este accidente nace el CineMagic, que dio la oportunidad a Melchior de combinar imagen real con animación y así ocultar los efectos bastante cutres de los que disponía con tal ínfimo presupuesto (no obstante se dobló durante el rodaje); pero el experto director de fotografía Stanley Cortez sabe emplear bien esta técnica y a través de un color rojo abiertamente irreal todo adopta un aspecto de pura fantasía inscrita en la tradición "verniana".
Y más aún al imaginar Melchior y Pink este Marte de extravagante vegetación, paisajes increíbles, civilización futurista y bichos absurdos y aterradores. Los mejores momentos están ocupados, por supuesto, por las ingeniosas y simpáticas criaturas con que nos honra el film, pequeños instantes que hacen saltar la tensión y el suspense pero con un toque entrañable, tanto como los cuentos a los que es aficionado Jacobs; el efecto es grotesco e hipnótico, en especial por las extrañas y estilizadas atmósferas gracias a las intensidades de unos tonos rojizos que asaltan nuestras retinas. Inolvidable, cómo no, es el enfrentamiento contra ese arácnico-roedor que parece salido del catálogo de monstruos gigantes de Bert I. Gordon o Ishiro Honda.

Pero cuando la acción vuelve al interior de la nave y se centra en los personajes la intriga se diluye y el ritmo se ralentiza, a lo que en absoluto ayuda el estilo tan estático y convencional, frontalmente clásico, que adopta el director novel; mucho menos interesante resulta el epílogo, facturado de forma precipitada y torpe y con un profundo deseo de perseguir una resolución demasiado optimista (uno no puede creer a Iris y O'Bannion hablando de su próxima cita cuando él casi es devorado por la viscosidad marciana) acompañada de un mensaje en clave de denuncia que advierte de la debilidad del Planeta y la obsesión del ser humano por la conquista y la violencia.
Por supuesto las dobles intenciones son legibles y todo puede quedar en una metáfora del poder e inteligencia de ciertas civilizaciones extranjeras, contra las que hay que defenderse (la U.R.S.S., ya enzarzada con EE.UU. en la Guerra Fría...). Poseyendo un notable atractivo formal y visual, el gran problema de la ópera prima de Melchior es sin duda el guión y la concepción de personajes, quienes nos honrarán con algunos de los más bochornosos diálogos de la Historia del cine.

Su humilde intento se cruzó en su momento con una taquilla indiferente y comentarios bien crueles, bien benevolentes. Hoy es recordada como una curiosidad histórica del género, joya de arqueología más que de culto, pese a que influenciaría a la ciencia-ficción espacial posterior en ciertos aspectos.
Con Roger Corman al mando todo habría sido muy distinto...
Chris Jiménez
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