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Voto de Chris Jiménez:
4
5,5
16.171
Comedia. Acción. Drama. Western
Almería, desierto de Tabernas, año 2002. Texas Hollywood es un polvoriento poblado del Oeste donde hace ya décadas que no se ruedan películas. Allí malvive Julián (Sancho Gracia), un veterano especialista de cine que está de vuelta de todo. Con él trabajan otros marginados y nostálgicos sin remedio: Cheyen (Ángel de Andrés), el pistolero cobarde; Manuel (Manuel Tallafé), el doble temerario; Arrastrao (Enrique Martínez), el jinete sin ... [+]
12 de febrero de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los que somos fans incondicionales de aquel cine mítico nacido en los grandes desiertos estadounidenses, y por extensión del que emergió en nuestras tierras almerienses, impulsado por Sergio Leone, no podemos olvidar sus escenarios fascinantes, sus legendarias bandas sonoras, sus trepidantes aventuras, y sobre todo sus estrellas...
Y, como es lógico, todos deseábamos ser como ellos, empuñar un rifle o subir a lomos de un caballo con el arte de Cooper, Wayne, Eastwood, Nero o Widmark, y rescatar a la damisela de apuros, o asaltar el banco más importante; pero siempre nos olvidamos de los que estaban en la pantalla, haciendo todas esas secuencias arriesgadas. No eran los actores que luego se lucían frente a la cámara (a veces sí), sino los sufridos especialistas, a quienes por fin se les da voz y reconocimiento; pero lo hace el tan temido y famoso Álex de la Iglesia, "perlita durango" de nuestro cine que gracias a sus contactos siempre ha sido elogiado por la academia y la crítica sin importar qué tipo de película hacía.
Si la gente lo recuerda empezó el siglo XXI con una pequeña maravilla, retorcida y sorprendente, que no perfecta, como "La Comunidad", y lo que pensó después fue un proyecto gigantesco de coproducción internacional que tenía al mítico dr. Fu Manchu de protagonista, pero las diferencias con su productor de toda la vida, Andrés Vicente Gómez, le llevarían a abandonarlo, pues el presupuesto se acortaría demasiado. De este modo deja LolaFilms y toma las riendas financieras; un espectáculo "western" cutre y entrañable en uno de esos poblados perdidos de Almería le dio una idea de lo que podría hacer en lugar de resucitar al villano de Sax Rohmer.
Se averigua con el comienzo de "800 Balas". Esos exteriores tan familiares, una persecución intensa de caballos y forajidos donde el bilbaíno nos demuestra de nuevo su nervio, algo artificioso, a la hora de filmar acción; y la cúspide de dicha secuencia es un trampolín para saltar a la realidad, quebrar el espacio-tiempo. Como en el "Sunset" de Blake Edwards (la escena es clavada), De la Iglesia desvela las cámaras y la verdad, nada es lo que parece, y un fatal accidente de rodaje nos lleva, después de unos créditos que son todo un tributo al "western" y a la serie "B", adelante en el tiempo.
El que el protagonista de esta historia sea Carlos (cuyo Luis Castro se pasará la mayor parte del film rifándose un apuñalamiento intestinal) invita a observar la realidad desde el punto de vista más infantil, inocente y puro posible; en el seno de una familia rota de clase media-alta este niño detestable se lanza a un sueño imposible: averiguar la verdad sobre el pasado de su fallecido padre. Pero al contrario del Masao de "El Verano de Kikujiro", marcha solo hasta las lejanas tierras de Almería; y el director, después de tanto melodrama familiar, nos introduce de cabeza en un universo desconocido que contempla con eso, con la fascinación de un niño.
En este caso el del mundo del espectáculo de acción, el de las exhibiciones realizadas por especialistas profesionales; saltos, caídas, golpes, balazos, y unos Sancho Gracia y Ángel de Andrés López encarnando a personajes ya extintos. El bueno de Álex resucita a estos individuos de épocas pasadas y los convierte en desgraciados que malviven por los embaucados turistas, lanzando una mirada deprimente y desoladora sobre su condición, llena de amargura y a la vez ternura; es su versión (salvando muchísimo las distancias y no me condenen por ello) de la "Noche de Circo" "bergmaniana" o el "Deseo Robado" de Imamura.
Se concede por primera vez el protagonismo a los desdichados de la farándula "cinematográfica", que esperan un sueño que nunca llegará, ponen sus vidas en peligro por unos míseros duros y prefieren vivir de mentiras, mientras se profundiza en la tan conocida relación abuelo-nieto de Carlos y Julián, éste atormentado por sus errores pasados. Todo esto abarca la primera parte; la segunda propone acabar con el sueño, destrozar el recuerdo y dar paso al futuro, y hacerlo por medio de la venganza familiar. Pero en su proceso De la Iglesia se dedica a hundirse en un terreno farragoso, el que siempre ha distinguido a sus obras: el del exceso, la acción desmesurada, el delirio autocomplaciente, la necesidad anárquica y destructiva.
Esta segunda mitad la inicia, literalmente, esa discutida secuencia que todos nos sabemos (por la que con seguridad todos recuerdan el film y que permanece en la memoria como una de las más infames y vergonzosas de la Historia del cine español) y el desembarco de unos japoneses; aquí la fiesta y la farándula se terminan con la resaca y el cineasta se lanza a una lucha encarnizada entre la preservación de la Historia y el sueño contra una sociedad violenta y avasalladora, encarnada en codiciosos empresarios y (¡cómo no!) las fuerzas del orden (aquí representadas de un modo cutre, cruel y deleznable).
Se homenajea claramente a Hawks y su "Río Bravo", a Eastwood y su "Fuera de la Ley", a Sturges y su "Desafío en la Ciudad Muerta", y sobre todo a Leone (y a Tarantino, ¿eh?), concentrando la acción en el pueblo como último reducto de una tradición que merece ser conservada; pero se pierde en el esperpéntico efectismo, en trazos dramáticos algo fuera de lugar. La narrativa se estanca en un espectáculo tan épico y grandilocuente como presuntuoso y tedioso, y conducido hacia una conclusión en parte inevitable, en parte forzada; esto no quitó para que, por supuesto, "800 Balas" fuese elogiada y acabara en los Goya (pues claro...).
En realidad una de las mayores virtudes son los actores, entregados a sus simpáticos, irritantes y chiflados personajes, en especial Luciano Federico, Enrique Martínez, el genial Eduardo Gómez (con el que te tienes que reír), Manuel Tallafé y Ángel de Andrés, siempre magnífico.
Eso sí, lo de incluir a "Eastwood" en ese supuestamente épico colofón es para practicarle al director una operación de apendicitis sin anestesia...
Y, como es lógico, todos deseábamos ser como ellos, empuñar un rifle o subir a lomos de un caballo con el arte de Cooper, Wayne, Eastwood, Nero o Widmark, y rescatar a la damisela de apuros, o asaltar el banco más importante; pero siempre nos olvidamos de los que estaban en la pantalla, haciendo todas esas secuencias arriesgadas. No eran los actores que luego se lucían frente a la cámara (a veces sí), sino los sufridos especialistas, a quienes por fin se les da voz y reconocimiento; pero lo hace el tan temido y famoso Álex de la Iglesia, "perlita durango" de nuestro cine que gracias a sus contactos siempre ha sido elogiado por la academia y la crítica sin importar qué tipo de película hacía.
Si la gente lo recuerda empezó el siglo XXI con una pequeña maravilla, retorcida y sorprendente, que no perfecta, como "La Comunidad", y lo que pensó después fue un proyecto gigantesco de coproducción internacional que tenía al mítico dr. Fu Manchu de protagonista, pero las diferencias con su productor de toda la vida, Andrés Vicente Gómez, le llevarían a abandonarlo, pues el presupuesto se acortaría demasiado. De este modo deja LolaFilms y toma las riendas financieras; un espectáculo "western" cutre y entrañable en uno de esos poblados perdidos de Almería le dio una idea de lo que podría hacer en lugar de resucitar al villano de Sax Rohmer.
Se averigua con el comienzo de "800 Balas". Esos exteriores tan familiares, una persecución intensa de caballos y forajidos donde el bilbaíno nos demuestra de nuevo su nervio, algo artificioso, a la hora de filmar acción; y la cúspide de dicha secuencia es un trampolín para saltar a la realidad, quebrar el espacio-tiempo. Como en el "Sunset" de Blake Edwards (la escena es clavada), De la Iglesia desvela las cámaras y la verdad, nada es lo que parece, y un fatal accidente de rodaje nos lleva, después de unos créditos que son todo un tributo al "western" y a la serie "B", adelante en el tiempo.
El que el protagonista de esta historia sea Carlos (cuyo Luis Castro se pasará la mayor parte del film rifándose un apuñalamiento intestinal) invita a observar la realidad desde el punto de vista más infantil, inocente y puro posible; en el seno de una familia rota de clase media-alta este niño detestable se lanza a un sueño imposible: averiguar la verdad sobre el pasado de su fallecido padre. Pero al contrario del Masao de "El Verano de Kikujiro", marcha solo hasta las lejanas tierras de Almería; y el director, después de tanto melodrama familiar, nos introduce de cabeza en un universo desconocido que contempla con eso, con la fascinación de un niño.
En este caso el del mundo del espectáculo de acción, el de las exhibiciones realizadas por especialistas profesionales; saltos, caídas, golpes, balazos, y unos Sancho Gracia y Ángel de Andrés López encarnando a personajes ya extintos. El bueno de Álex resucita a estos individuos de épocas pasadas y los convierte en desgraciados que malviven por los embaucados turistas, lanzando una mirada deprimente y desoladora sobre su condición, llena de amargura y a la vez ternura; es su versión (salvando muchísimo las distancias y no me condenen por ello) de la "Noche de Circo" "bergmaniana" o el "Deseo Robado" de Imamura.
Se concede por primera vez el protagonismo a los desdichados de la farándula "cinematográfica", que esperan un sueño que nunca llegará, ponen sus vidas en peligro por unos míseros duros y prefieren vivir de mentiras, mientras se profundiza en la tan conocida relación abuelo-nieto de Carlos y Julián, éste atormentado por sus errores pasados. Todo esto abarca la primera parte; la segunda propone acabar con el sueño, destrozar el recuerdo y dar paso al futuro, y hacerlo por medio de la venganza familiar. Pero en su proceso De la Iglesia se dedica a hundirse en un terreno farragoso, el que siempre ha distinguido a sus obras: el del exceso, la acción desmesurada, el delirio autocomplaciente, la necesidad anárquica y destructiva.
Esta segunda mitad la inicia, literalmente, esa discutida secuencia que todos nos sabemos (por la que con seguridad todos recuerdan el film y que permanece en la memoria como una de las más infames y vergonzosas de la Historia del cine español) y el desembarco de unos japoneses; aquí la fiesta y la farándula se terminan con la resaca y el cineasta se lanza a una lucha encarnizada entre la preservación de la Historia y el sueño contra una sociedad violenta y avasalladora, encarnada en codiciosos empresarios y (¡cómo no!) las fuerzas del orden (aquí representadas de un modo cutre, cruel y deleznable).
Se homenajea claramente a Hawks y su "Río Bravo", a Eastwood y su "Fuera de la Ley", a Sturges y su "Desafío en la Ciudad Muerta", y sobre todo a Leone (y a Tarantino, ¿eh?), concentrando la acción en el pueblo como último reducto de una tradición que merece ser conservada; pero se pierde en el esperpéntico efectismo, en trazos dramáticos algo fuera de lugar. La narrativa se estanca en un espectáculo tan épico y grandilocuente como presuntuoso y tedioso, y conducido hacia una conclusión en parte inevitable, en parte forzada; esto no quitó para que, por supuesto, "800 Balas" fuese elogiada y acabara en los Goya (pues claro...).
En realidad una de las mayores virtudes son los actores, entregados a sus simpáticos, irritantes y chiflados personajes, en especial Luciano Federico, Enrique Martínez, el genial Eduardo Gómez (con el que te tienes que reír), Manuel Tallafé y Ángel de Andrés, siempre magnífico.
Eso sí, lo de incluir a "Eastwood" en ese supuestamente épico colofón es para practicarle al director una operación de apendicitis sin anestesia...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Con respecto a esa famosa escena antes mencionada, la que envuelve a Luis Castro (que en ciertos instantes dramáticos sí hace gala de buena habilidad interpretativa) y la explosiva cubana Yoima Valdés, dí por supuesto que es una de esas lascivas fantasías de niñez/adolescencia del cineasta, quien se imaginaría a sí mismo en una tórrida secuencia con Ursula Andress, Anita Ekberg o Claudia Cardinale haciendo éstas el papel de alegres rameras.
En sus propias palabras, su idea de introducir sexo en la película sería desde un enfoque totalmente inocente e infantil.
Bien, perdónenme que discrepe, pero una cosa es ese concepto...y otra muy distinta es filmarlo con un elemento infantil en él. Si Cameron Crowe lo supo hacer de una manera sugerente y elegante en "Casi Famosos", De la Iglesia recurre a la típica grosería española, al risueño rídiculo, al "torrentismo", y nos estampa en la cara un momento estomagante en el que te preguntas si mientras estaban filmando aquéllo no pensaron seriamente los actores y la gente del equipo lo que estaban haciendo y en si no se les cayó la cara de vergüenza por lo que estaban haciendo. ¡Pues parece ser que no!, porque se quedó en el montaje final...
Y esto se estrenó en cines, señores, y a los distribuidores les pareció bien, lo que le hace dudar a uno de la salud mental de algunas personas que trabajan en la industria cinematográfica. Lo curioso es que no es la primera vez que sale a la luz esa manía psicotrópica y psicótica del cine español de mezclar a niños en escenas eróticas...y repito niños; pero recurramos a la retorcida teoría de la inversión de roles: ¿de ser una escena de seducción entre una niña y un hombre adulto la gente, el populacho, hubiera reaccionado igual...o De la Iglesia habría sido llevado a juicio por pornografía y divulgación de pederastia?
Que la respuesta sea afirmativa y que por hacer lo contrario la reacción fuese indiferente o permisiva en su momento (para sorpresa de muchos) despierta terror, confusión en un servidor.
Me pregunto si algo así podría ser rodado hoy día...eso sí, no voy a mentir, yo vi esta película por primera vez en la televisión, siendo un chaval imberbe, y juro que pasé semanas obsesionado con la idea de cambiarme por Luis Castro en esa puñetera escena.
En sus propias palabras, su idea de introducir sexo en la película sería desde un enfoque totalmente inocente e infantil.
Bien, perdónenme que discrepe, pero una cosa es ese concepto...y otra muy distinta es filmarlo con un elemento infantil en él. Si Cameron Crowe lo supo hacer de una manera sugerente y elegante en "Casi Famosos", De la Iglesia recurre a la típica grosería española, al risueño rídiculo, al "torrentismo", y nos estampa en la cara un momento estomagante en el que te preguntas si mientras estaban filmando aquéllo no pensaron seriamente los actores y la gente del equipo lo que estaban haciendo y en si no se les cayó la cara de vergüenza por lo que estaban haciendo. ¡Pues parece ser que no!, porque se quedó en el montaje final...
Y esto se estrenó en cines, señores, y a los distribuidores les pareció bien, lo que le hace dudar a uno de la salud mental de algunas personas que trabajan en la industria cinematográfica. Lo curioso es que no es la primera vez que sale a la luz esa manía psicotrópica y psicótica del cine español de mezclar a niños en escenas eróticas...y repito niños; pero recurramos a la retorcida teoría de la inversión de roles: ¿de ser una escena de seducción entre una niña y un hombre adulto la gente, el populacho, hubiera reaccionado igual...o De la Iglesia habría sido llevado a juicio por pornografía y divulgación de pederastia?
Que la respuesta sea afirmativa y que por hacer lo contrario la reacción fuese indiferente o permisiva en su momento (para sorpresa de muchos) despierta terror, confusión en un servidor.
Me pregunto si algo así podría ser rodado hoy día...eso sí, no voy a mentir, yo vi esta película por primera vez en la televisión, siendo un chaval imberbe, y juro que pasé semanas obsesionado con la idea de cambiarme por Luis Castro en esa puñetera escena.