Media votos
6,4
Votos
2.213
Críticas
2.186
Listas
68
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Chris Jiménez:
8
6,7
4.274
Aventuras
Con el fin de conseguir una exitosa temporada, el empresario circense Brad Bramen, contrata al famoso trapecista Sebastián para emparejarlo con Holly, una de las trapecistas favoritas del público. (FILMAFFINITY)
21 de noviembre de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se llenan los páramos de una masa humana dispuesta a levantar de la nada un mundo sin igual, bajo telas inmensas que alzadas al cielo por diversos mástiles formarán una carpa. Los artistas más variopintos y los animales más exóticos se meteran bajo ella para encandilar con sus proezas a otra masa muy importante para su existencia: los espectadores.
Es el circo, pasatiempo itinerante, sufrido, duro, ampuloso, divertido y desconsolador a partes iguales; fácil imaginarlo como la principal atracción de la Norteamérica de los felices años '20, pero difícil tras los oscuros tiempos de la 2.ª Guerra Mundial. Aun así, incluso a principios de los '50, y a pesar de numerosos accidentes, escándalos, condenas y recesiones económicas, el negocio de los hermanos Ringling (fusionado al de esos pioneros Phineas Barnum & James Bailey) proseguía su carrera, cuando la gente ya había encontrado en el cine y la televisión otras fuentes de entretenimiento ya muy habituales.
De hecho, cinco años antes de dar su última actuación bajo carpa móvil, volvería a fusionarse como llevaba haciendo desde sus orígenes en 1.881, y esta vez con el cine precisamente, de la mano del dios del espectáculo de Hollywood Cecil DeMille, quien ha salido triunfante, como era de esperar para tal hacedor de éxitos, de su epopeya bíblica "Sansón y Dalila", no sólo la película más taquillera de Paramount, sino del cine en general en el momento de su estreno, y afirmando aquél que se trataba de la cúspide de su carrera. Pasará entonces varios meses, en su empeño por rendir un merecido tributo a este show de masas al que poco le falta para perder su esplendor, siguiendo las funciones de los Ringling.
Más tarde, en Florida, una gigantesca producción se organiza acorde a los estándares de su cine y del Hollywood de la época. Pareciera que hace las funciones de un voceador para atraernos a los dominios del circo, o de un cronista, por la realidad documental con que nos lo presenta, desde el instante en que se posicionan los camiones, se reúne la multitud, se levantan los escenarios. A todo Technicolor, la fastuosa masa humana y mecánica nunca se detiene alrededor de un Charlton Heston que (prácticamente) acaba de iniciar su carrera, en la piel de ese adusto y rígido gerente Braden, combinación de Barnum y el aventurero Frank Buck (quien trabajó para la misma compañía).
Aun contemplando este pequeño universo desde el prisma maquillado de Hollywood, se siente la autenticidad del homenaje de DeMille, con todos los trapecistas, domadores, payasos y caravanas de animales de los Ringling Bros. (John Ringling hasta aparece interpretándose a sí mismo) mezclándose entre la troupe interminable de actores que llena la pantalla. Durante ese extenso 1.er acto de preparación del largo viaje también se revelan sin muchas dificultades las artimañas del guión escrito y reescrito por Alfred Edgar, Theo St. John y Fredric Frank, enfocado en personajes principales que arrastrarán sus propios problemas mientras dura la tournée.
Tournée para nuestra desgracia acompañada de un tedioso narrador que nos irá informando de su itinerario siempre que puede (uno de los mayores hándicaps del film, y se trata de la voz del mismísimo Edmond O'Brien...). Los protagonistas son cinco, contando a Braden: los trapecistas Holly y Sebastian, el payaso "Buttons" y Angel, quien trabaja en un peligroso número de elefantes; DeMille (que sintió los rechazos de Burt Lancaster y Lucile Ball) no pudo escoger de mejor manera a Betty Hutton, Cornel Wilde, James Stewart y Gloria Grahame, cuyos personajes eran el perfecto reflejo de sus auténticos caracteres fuera de la pantalla.
Pero lo que sobresale en este guión es la total transparencia de su melodrama, construido sobre la base de una película dedicada plenamente al entretenimiento visual y sonoro (porque para el director el público de las salas no es nada distinto del que se queda boquiabierto con los números de saltos en el aire, las imposibles coreografías de caballos y perros o las exóticas y no poco ridículas danzas). Por eso rápidamente conocemos los amoríos y las decepciones que descansan bajo la carpa, ocupados por un trío tan poco creíble como ese Braden cuya cabeza sólo mantiene ocupada en el negocio, la competitiva y enérgica Holly y el recién llegado Sebastian, famoso por sus habilidades de mujeriego empedernido; a ellos se suman Angel y el domador de los elefantes Klaus (Lyle Bettger), que la trata más como una posesión que como una mujer.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Nada estaba en contra de DeMille. El puro espectáculo gratuito, pues se diga lo que se quiera las imágenes que aquí presenciamos, gracias a una labor titánica de diseño artístico, coreografía, fotografía, diseño de producción y vestuario, tienen el poder de transmitir las emociones más viscerales en el sentido más estricto del término, hicieron de "El Mayor Espectáculo del Mundo" un homólogo en la pantalla, alcanzando el récord de taquilla del año.
Tanto artificio, banalidad y sentimentalismo, y a lo largo de tan abultado metraje, son sólo algunos impedimentos para que nos veamos arrastrados por el frenesí de las funciones bajo carpa, pero el director, porque para eso era el dios del espectáculo, al final consigue su propósito. No es extraño que sucediera con Spielberg cuando vio por primera vez esta película...
Es el circo, pasatiempo itinerante, sufrido, duro, ampuloso, divertido y desconsolador a partes iguales; fácil imaginarlo como la principal atracción de la Norteamérica de los felices años '20, pero difícil tras los oscuros tiempos de la 2.ª Guerra Mundial. Aun así, incluso a principios de los '50, y a pesar de numerosos accidentes, escándalos, condenas y recesiones económicas, el negocio de los hermanos Ringling (fusionado al de esos pioneros Phineas Barnum & James Bailey) proseguía su carrera, cuando la gente ya había encontrado en el cine y la televisión otras fuentes de entretenimiento ya muy habituales.
De hecho, cinco años antes de dar su última actuación bajo carpa móvil, volvería a fusionarse como llevaba haciendo desde sus orígenes en 1.881, y esta vez con el cine precisamente, de la mano del dios del espectáculo de Hollywood Cecil DeMille, quien ha salido triunfante, como era de esperar para tal hacedor de éxitos, de su epopeya bíblica "Sansón y Dalila", no sólo la película más taquillera de Paramount, sino del cine en general en el momento de su estreno, y afirmando aquél que se trataba de la cúspide de su carrera. Pasará entonces varios meses, en su empeño por rendir un merecido tributo a este show de masas al que poco le falta para perder su esplendor, siguiendo las funciones de los Ringling.
Más tarde, en Florida, una gigantesca producción se organiza acorde a los estándares de su cine y del Hollywood de la época. Pareciera que hace las funciones de un voceador para atraernos a los dominios del circo, o de un cronista, por la realidad documental con que nos lo presenta, desde el instante en que se posicionan los camiones, se reúne la multitud, se levantan los escenarios. A todo Technicolor, la fastuosa masa humana y mecánica nunca se detiene alrededor de un Charlton Heston que (prácticamente) acaba de iniciar su carrera, en la piel de ese adusto y rígido gerente Braden, combinación de Barnum y el aventurero Frank Buck (quien trabajó para la misma compañía).
Aun contemplando este pequeño universo desde el prisma maquillado de Hollywood, se siente la autenticidad del homenaje de DeMille, con todos los trapecistas, domadores, payasos y caravanas de animales de los Ringling Bros. (John Ringling hasta aparece interpretándose a sí mismo) mezclándose entre la troupe interminable de actores que llena la pantalla. Durante ese extenso 1.er acto de preparación del largo viaje también se revelan sin muchas dificultades las artimañas del guión escrito y reescrito por Alfred Edgar, Theo St. John y Fredric Frank, enfocado en personajes principales que arrastrarán sus propios problemas mientras dura la tournée.
Tournée para nuestra desgracia acompañada de un tedioso narrador que nos irá informando de su itinerario siempre que puede (uno de los mayores hándicaps del film, y se trata de la voz del mismísimo Edmond O'Brien...). Los protagonistas son cinco, contando a Braden: los trapecistas Holly y Sebastian, el payaso "Buttons" y Angel, quien trabaja en un peligroso número de elefantes; DeMille (que sintió los rechazos de Burt Lancaster y Lucile Ball) no pudo escoger de mejor manera a Betty Hutton, Cornel Wilde, James Stewart y Gloria Grahame, cuyos personajes eran el perfecto reflejo de sus auténticos caracteres fuera de la pantalla.
Pero lo que sobresale en este guión es la total transparencia de su melodrama, construido sobre la base de una película dedicada plenamente al entretenimiento visual y sonoro (porque para el director el público de las salas no es nada distinto del que se queda boquiabierto con los números de saltos en el aire, las imposibles coreografías de caballos y perros o las exóticas y no poco ridículas danzas). Por eso rápidamente conocemos los amoríos y las decepciones que descansan bajo la carpa, ocupados por un trío tan poco creíble como ese Braden cuya cabeza sólo mantiene ocupada en el negocio, la competitiva y enérgica Holly y el recién llegado Sebastian, famoso por sus habilidades de mujeriego empedernido; a ellos se suman Angel y el domador de los elefantes Klaus (Lyle Bettger), que la trata más como una posesión que como una mujer.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Nada estaba en contra de DeMille. El puro espectáculo gratuito, pues se diga lo que se quiera las imágenes que aquí presenciamos, gracias a una labor titánica de diseño artístico, coreografía, fotografía, diseño de producción y vestuario, tienen el poder de transmitir las emociones más viscerales en el sentido más estricto del término, hicieron de "El Mayor Espectáculo del Mundo" un homólogo en la pantalla, alcanzando el récord de taquilla del año.
Tanto artificio, banalidad y sentimentalismo, y a lo largo de tan abultado metraje, son sólo algunos impedimentos para que nos veamos arrastrados por el frenesí de las funciones bajo carpa, pero el director, porque para eso era el dios del espectáculo, al final consigue su propósito. No es extraño que sucediera con Spielberg cuando vio por primera vez esta película...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Pocas sorpresas entraña este quinteto...
Está claro que, con el gerente sólo atendiendo a la eficacia del espectáculo, Holly tendrá en Sebastian a alguien con quien conectar más profundamente debido a su arriesgada profesión y pasión ardiente, mientras Angel, antigua amante de éste, es la única que puede ver algo de humanidad en Braden; las interacciones de todos ellos respiran un dramatismo rancio tan típico de la época que a veces lleva a la incredulidad.
Y aunque Grahame capte mejor nuestra atención con sus formas descaradas y sensuales provocaciones (que tan bien se ha traído de sus papeles de chica fatal del "noir"), el único capaz de generar algo de empatía entre esta descomunal troupe es sin duda Stewart bajo un maquillaje de payaso que nunca se quitará. Un Stewart magistral. Su "Buttons", antiguo médico de guerra, es tonto y divertido, puro corazón pero además misterio inescrutable, como recién sacado de un "thriller" de Hitchcock; desde la aparición de su madre en la carpa planeará sobre él la sospecha. Pronto descubriremos que se trata de un asesino buscado por matar a su esposa, usando el circo como medio de escape a sí mismo.
Este tema, el de la redención o la compasión, está presente en todas partes. Por eso, cuando Sebastian cae y se rompe el brazo (escalofriante momento) por culpa de Holly, esta no duda en declararle su amor y prometerle su ayuda por siempre, del mismo modo que Braden cuando le provoca para pelear con él y hacerle mover el brazo, dándole esperanzas de recuperación; incluso antes de suceder el trágico accidente del tren (filmado con maquetas y que ha quedado como uno de los momentos más espectaculares de la Historia del cine, evidenciando la habilidad de la que podría haber hecho gala DeMille en el género de catástrofes), Klaus hará lo posible por enmendar sus errores intentando salvar a Angel del desastre.
El motivo es que dicho mundillo se proyecta desde la mirada más artificiosa y falsa, cuyos oropeles y brillantina son suficientes para borrar la negrura de algunas conciencias machadas por la envidia, la avaricia, el odio y los celos; lo que queda en última instancia es la honestidad, el espíritu de sacrificio por buenas causas y el dejarse guiar por las emociones, a gusto de un sentimentalismo sin ambigüedades, perfecto para las audiencias de 1.952, pero que deja algo acartonados a unos personajes que deberían haber sido más oscuros y complejos.
Pero no hay tiempo para eso. DeMille, con su mastodóntica parafernalia, su colorido excesivo y su despliegue de medios, quiere mitificar el circo y mostrar su lado romántico, lejos de los escándalos, los problemas económicos (de los que se habla muy al principio y de soslayo), la situación en el momento acerca de la Guerra de Corea, la violación de derechos humanos, la crueldad con animales y otras maldades varias que tan apegadas han estado desde siempre a este negocio. Sí, alrededor de la compañía de Braden rondan algunos gángsters y delincuentes, pero todos son transformados en patéticos truhanes que mucho amenazan y poco actúan.
Pero dentro los conflictos no van más allá de la mera trifulca y todo termina bien para todo el mundo; este espíritu de bondad, sacrificio y lucha aflora de mejor manera después del accidente ferroviario. Si hubiese querido ser realmente audaz, el de Massachusetts habría terminado aquí la película, enseñándonos la tan valiosa lección de que detrás de tantas risas, excitación y espectáculo también puede haber lágrimas, desastres y muerte.
¡Ni mucho menos! En el colmo del surrealismo melodramático, Holly (alentada por la tozudez de Braden) alienta a todos a seguir con la tournée en la ciudad como estaba planeado, y así se finaliza la historia, en el estallido de júbilo de un enorme desfile por las calles de Sarasota. Esto no se lo cree nadie, pero así es el espectáculo...
Está claro que, con el gerente sólo atendiendo a la eficacia del espectáculo, Holly tendrá en Sebastian a alguien con quien conectar más profundamente debido a su arriesgada profesión y pasión ardiente, mientras Angel, antigua amante de éste, es la única que puede ver algo de humanidad en Braden; las interacciones de todos ellos respiran un dramatismo rancio tan típico de la época que a veces lleva a la incredulidad.
Y aunque Grahame capte mejor nuestra atención con sus formas descaradas y sensuales provocaciones (que tan bien se ha traído de sus papeles de chica fatal del "noir"), el único capaz de generar algo de empatía entre esta descomunal troupe es sin duda Stewart bajo un maquillaje de payaso que nunca se quitará. Un Stewart magistral. Su "Buttons", antiguo médico de guerra, es tonto y divertido, puro corazón pero además misterio inescrutable, como recién sacado de un "thriller" de Hitchcock; desde la aparición de su madre en la carpa planeará sobre él la sospecha. Pronto descubriremos que se trata de un asesino buscado por matar a su esposa, usando el circo como medio de escape a sí mismo.
Este tema, el de la redención o la compasión, está presente en todas partes. Por eso, cuando Sebastian cae y se rompe el brazo (escalofriante momento) por culpa de Holly, esta no duda en declararle su amor y prometerle su ayuda por siempre, del mismo modo que Braden cuando le provoca para pelear con él y hacerle mover el brazo, dándole esperanzas de recuperación; incluso antes de suceder el trágico accidente del tren (filmado con maquetas y que ha quedado como uno de los momentos más espectaculares de la Historia del cine, evidenciando la habilidad de la que podría haber hecho gala DeMille en el género de catástrofes), Klaus hará lo posible por enmendar sus errores intentando salvar a Angel del desastre.
El motivo es que dicho mundillo se proyecta desde la mirada más artificiosa y falsa, cuyos oropeles y brillantina son suficientes para borrar la negrura de algunas conciencias machadas por la envidia, la avaricia, el odio y los celos; lo que queda en última instancia es la honestidad, el espíritu de sacrificio por buenas causas y el dejarse guiar por las emociones, a gusto de un sentimentalismo sin ambigüedades, perfecto para las audiencias de 1.952, pero que deja algo acartonados a unos personajes que deberían haber sido más oscuros y complejos.
Pero no hay tiempo para eso. DeMille, con su mastodóntica parafernalia, su colorido excesivo y su despliegue de medios, quiere mitificar el circo y mostrar su lado romántico, lejos de los escándalos, los problemas económicos (de los que se habla muy al principio y de soslayo), la situación en el momento acerca de la Guerra de Corea, la violación de derechos humanos, la crueldad con animales y otras maldades varias que tan apegadas han estado desde siempre a este negocio. Sí, alrededor de la compañía de Braden rondan algunos gángsters y delincuentes, pero todos son transformados en patéticos truhanes que mucho amenazan y poco actúan.
Pero dentro los conflictos no van más allá de la mera trifulca y todo termina bien para todo el mundo; este espíritu de bondad, sacrificio y lucha aflora de mejor manera después del accidente ferroviario. Si hubiese querido ser realmente audaz, el de Massachusetts habría terminado aquí la película, enseñándonos la tan valiosa lección de que detrás de tantas risas, excitación y espectáculo también puede haber lágrimas, desastres y muerte.
¡Ni mucho menos! En el colmo del surrealismo melodramático, Holly (alentada por la tozudez de Braden) alienta a todos a seguir con la tournée en la ciudad como estaba planeado, y así se finaliza la historia, en el estallido de júbilo de un enorme desfile por las calles de Sarasota. Esto no se lo cree nadie, pero así es el espectáculo...