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Voto de Chris Jiménez:
9
7,3
12.206
Drama
Un policía llamado Nishi (Takeshi Kitano) se enfrenta a la enfermedad terminal de su esposa, al drama de un compañero que ha quedado parapléjico en una redada y a un grupo de mafiosos que le siguen la pista. (FILMAFFINITY)
29 de mayo de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las flores son mecidas apaciblemente por el viento mientras la sangre se derrama brutalmente sobre el áspero suelo.
Los fuegos artificiales estallan en el cielo; es un estallido de vida y a la vez de muerte, pero su resplandor es de gran belleza...
A Takeshi Kitano, a quien obviamente ya conocía por su celebérrimo programa de humor "Takeshi's Castle", le descubrí en su faceta cinematográfica y artística en esta gran película, iniciándose así una fascinación y amor por su obra que dura hasta el día de hoy y por siempre, y más aún teniendo en cuenta que él fue el primer gran director japonés que llegó a mí, mucho antes de los grandes clásicos (Mizoguchi, Ozu, Shimizu, Kobayashi, Kurosawa...) o de los más contemporáneos (Miike, Sono, (Kiyoshi) Kurosawa, Nakata o Ishii, por quienes también profeso gran admiración).
Pero pocos consideraban a Kitano un artista al comienzo de su carrera como realizador; sus compatriotas le veían más bien como un humorista aficionado a hacer películas (pese a ser reconocido en el extranjero), etiqueta de la que incansablemente deseaba desprenderse, inmerso en una búsqueda de perfección estética constante para dar forma a un estilo propio. Sin embargo, en 1.994, la mala suerte y el alcohol se cruzan en su camino en forma de accidente de moto, quedando afectado de una parálisis en la mitad de su rostro y de una cojera permanentes; es en este tiempo de reposo y reflexión cuando decide abandonar la bebida y explorar su gusto por la pintura antes de volver al cine.
Su punto de vista sobre la vida ha cambiado por completo (la ira, la autodestrucción y la venganza que marcan sus obras dejan paso a un atisbo de redención, de salvación), y esto, unido a su experiencia en el oficio, inicia una segunda etapa en su carrera donde sintetizaría esa perfección estética que con tantas ansias persiguió; y se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que "Hana-bi" es la cima de dicha búsqueda. En esta ocasión, y una vez más, se pone delante y detrás de la cámara para narrarnos la historia de Yoshitaka Nishi, un implacable policía retirado, atormentado por la muerte de su hija pequeña y la enfermedad de su esposa Miyuki, que sufre de leucemia.
En el primer acto (que ocupa aproximadamente una media hora) iremos conociendo al protagonista a través de los diálogos de otros personajes y recurrentes "flashbacks" que nos revelarán que, bajo su hosca y dura apariencia, Nishi es en realidad un hombre presa de su vacío, un solitario en duelo con tendencia al mutismo sin otra vía de expresión que la de una violencia física a la que se ha visto obligado a adaptarse, una violencia inevitable con la que convive, que le hace vivir en la cuerda floja de la moral, y la cual deja pasar a través suyo en tanto que la reconoce dando a ésta un nuevo impulso con los mismos medios que emplea para frenarla. Violencia omnipresente, que se extiende como una actuación invasiva del Mal (la de los policías, la de los yakuza, la del hogar...).
En definitiva la de la sociedad en la que vive, que termina por impregnar a los seres humanos insensibilizándolos; también nos centraremos en Horibe, compañero del anterior, quien ha quedado paralítico tras resultar herido en acto de servicio, siendo abandonado por su mujer y su hija. La violencia y la desolación, la desgracia y el cinismo flotan alrededor de los personajes y condicionan su vida (así ha sido desde "Violent Cop"), no así Kitano también aboga por hallar una salvación y salir de las tinieblas; en el caso de Horibe será su afición a la pintura (convirtiéndose en autorretrato del cineasta, tanto más cuanto que los cuadros que pinta el personaje son los suyos propios), en el de Nishi su relación con Miyuki.
El deseo de abandonar dicho clima de insatisfacción y hostilidad llevará a éste último a organizar un atraco y embarcarse en un viaje de redención y a la vez de expiación con la esperanza de sofocar su odio, de mitigar su rabia, pero también de morir y resucitar junto a su esposa, quien le ayuda a recuperar su humanidad. Fuga de reparación que deja atrás la trama policial con regustos a Gosha, Melville, Shinoda y a la novela negra de Toshiyuki Kajiyama en la que se tratará de invertir el curso de las cosas, de restaurar y zurcir los tejidos del tiempo (el que Miyuki parece haber olvidado, el que Nishi quiere olvidar), de recuperar un retraso, un origen desconocido pero real, un sentimiento perdido pero vivo.
Y sobre todo, de pagar las deudas y dejar atrás los fantasmas del pasado, el cual (materializado en sus compañeros de trabajo y en los despiadados yakuza) perseguirá sin descanso al protagonista. En su economía de medios expresivos, Kitano ofrece una gran interpretación recuperando al reverso más literal del Azuma de "Violent Cop" (sobre todo cuando Azuma significa "Este" y Nishi "Oeste" y la esposa del segundo sustituye a la hermana del primero), aunque en realidad Nishi no es sino la amalgama de todos aquellos personajes que ha encarnado anteriormente (inclinándose esta vez por el camino de la luz y no por el de la oscuridad).
Junto a él tenemos a una maravillosa Kayoko Kishimoto y sus habituales colaboradores, entre ellos los comedidos Ren Osugi y Susumu Terajima. La hija del director, Shoko, realiza una breve aparición en la memorable escena final. Kitano, que ha alcanzado su seguridad estética y la perfección absoluta de su estilo, nos hace comprender que, a modo de los directores clásicos, es en la sencillez de su obra donde radica su gran complejidad y virtuosismo (detallado en Zona Spoiler), lo que le vale para ganar el León de Oro en el Festival de Venecia, que persiguió con "Sonatine", y sus galones de cineasta de pleno derecho.
"Hana-bi" es un resplandor de gran intensidad en su carrera, los fuegos artificiales de su resurrección.
Un viaje que empieza en las entrañas y acaba en el corazón, poético y brutal, sombrío y esperanzador, sensible y perturbador, y de una extraña y desgarradora belleza.
Los fuegos artificiales estallan en el cielo; es un estallido de vida y a la vez de muerte, pero su resplandor es de gran belleza...
A Takeshi Kitano, a quien obviamente ya conocía por su celebérrimo programa de humor "Takeshi's Castle", le descubrí en su faceta cinematográfica y artística en esta gran película, iniciándose así una fascinación y amor por su obra que dura hasta el día de hoy y por siempre, y más aún teniendo en cuenta que él fue el primer gran director japonés que llegó a mí, mucho antes de los grandes clásicos (Mizoguchi, Ozu, Shimizu, Kobayashi, Kurosawa...) o de los más contemporáneos (Miike, Sono, (Kiyoshi) Kurosawa, Nakata o Ishii, por quienes también profeso gran admiración).
Pero pocos consideraban a Kitano un artista al comienzo de su carrera como realizador; sus compatriotas le veían más bien como un humorista aficionado a hacer películas (pese a ser reconocido en el extranjero), etiqueta de la que incansablemente deseaba desprenderse, inmerso en una búsqueda de perfección estética constante para dar forma a un estilo propio. Sin embargo, en 1.994, la mala suerte y el alcohol se cruzan en su camino en forma de accidente de moto, quedando afectado de una parálisis en la mitad de su rostro y de una cojera permanentes; es en este tiempo de reposo y reflexión cuando decide abandonar la bebida y explorar su gusto por la pintura antes de volver al cine.
Su punto de vista sobre la vida ha cambiado por completo (la ira, la autodestrucción y la venganza que marcan sus obras dejan paso a un atisbo de redención, de salvación), y esto, unido a su experiencia en el oficio, inicia una segunda etapa en su carrera donde sintetizaría esa perfección estética que con tantas ansias persiguió; y se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que "Hana-bi" es la cima de dicha búsqueda. En esta ocasión, y una vez más, se pone delante y detrás de la cámara para narrarnos la historia de Yoshitaka Nishi, un implacable policía retirado, atormentado por la muerte de su hija pequeña y la enfermedad de su esposa Miyuki, que sufre de leucemia.
En el primer acto (que ocupa aproximadamente una media hora) iremos conociendo al protagonista a través de los diálogos de otros personajes y recurrentes "flashbacks" que nos revelarán que, bajo su hosca y dura apariencia, Nishi es en realidad un hombre presa de su vacío, un solitario en duelo con tendencia al mutismo sin otra vía de expresión que la de una violencia física a la que se ha visto obligado a adaptarse, una violencia inevitable con la que convive, que le hace vivir en la cuerda floja de la moral, y la cual deja pasar a través suyo en tanto que la reconoce dando a ésta un nuevo impulso con los mismos medios que emplea para frenarla. Violencia omnipresente, que se extiende como una actuación invasiva del Mal (la de los policías, la de los yakuza, la del hogar...).
En definitiva la de la sociedad en la que vive, que termina por impregnar a los seres humanos insensibilizándolos; también nos centraremos en Horibe, compañero del anterior, quien ha quedado paralítico tras resultar herido en acto de servicio, siendo abandonado por su mujer y su hija. La violencia y la desolación, la desgracia y el cinismo flotan alrededor de los personajes y condicionan su vida (así ha sido desde "Violent Cop"), no así Kitano también aboga por hallar una salvación y salir de las tinieblas; en el caso de Horibe será su afición a la pintura (convirtiéndose en autorretrato del cineasta, tanto más cuanto que los cuadros que pinta el personaje son los suyos propios), en el de Nishi su relación con Miyuki.
El deseo de abandonar dicho clima de insatisfacción y hostilidad llevará a éste último a organizar un atraco y embarcarse en un viaje de redención y a la vez de expiación con la esperanza de sofocar su odio, de mitigar su rabia, pero también de morir y resucitar junto a su esposa, quien le ayuda a recuperar su humanidad. Fuga de reparación que deja atrás la trama policial con regustos a Gosha, Melville, Shinoda y a la novela negra de Toshiyuki Kajiyama en la que se tratará de invertir el curso de las cosas, de restaurar y zurcir los tejidos del tiempo (el que Miyuki parece haber olvidado, el que Nishi quiere olvidar), de recuperar un retraso, un origen desconocido pero real, un sentimiento perdido pero vivo.
Y sobre todo, de pagar las deudas y dejar atrás los fantasmas del pasado, el cual (materializado en sus compañeros de trabajo y en los despiadados yakuza) perseguirá sin descanso al protagonista. En su economía de medios expresivos, Kitano ofrece una gran interpretación recuperando al reverso más literal del Azuma de "Violent Cop" (sobre todo cuando Azuma significa "Este" y Nishi "Oeste" y la esposa del segundo sustituye a la hermana del primero), aunque en realidad Nishi no es sino la amalgama de todos aquellos personajes que ha encarnado anteriormente (inclinándose esta vez por el camino de la luz y no por el de la oscuridad).
Junto a él tenemos a una maravillosa Kayoko Kishimoto y sus habituales colaboradores, entre ellos los comedidos Ren Osugi y Susumu Terajima. La hija del director, Shoko, realiza una breve aparición en la memorable escena final. Kitano, que ha alcanzado su seguridad estética y la perfección absoluta de su estilo, nos hace comprender que, a modo de los directores clásicos, es en la sencillez de su obra donde radica su gran complejidad y virtuosismo (detallado en Zona Spoiler), lo que le vale para ganar el León de Oro en el Festival de Venecia, que persiguió con "Sonatine", y sus galones de cineasta de pleno derecho.
"Hana-bi" es un resplandor de gran intensidad en su carrera, los fuegos artificiales de su resurrección.
Un viaje que empieza en las entrañas y acaba en el corazón, poético y brutal, sombrío y esperanzador, sensible y perturbador, y de una extraña y desgarradora belleza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
La estructura narrativa de "Hana-bi", conducida por una lógica linealidad, se ve atravesada no obstante por trazos que arañan una sutil irrealidad, elipsis temporales, "flashbacks" (que ayudan a construir la identidad de Nishi) y significativas repeticiones con las que se crea una superficie de proyección, una realidad semejante en su temática pero diferente en su forma (así, dos personas observan un coche de policía, dos tiros en el vientre, dos hombres atacados en la carretera...).
Recurriendo a sus característicos planos estáticos (con los que subraya el humor al tiempo que el impacto de lo horrible) y al movimiento lateral de la cámara, a veces incómodo para el espectador (con el que oculta un acontecimiento evitando el efectismo melodramático), Kitano consigue equilibrar como nunca algo ya explorado en "Sonatine" y "Boiling Point": los momentos de calma y sosiego serán interrumpidos por atroces estallidos de una violencia expuesta en su forma más cruda y áspera, por lo que se creará un fascinante contraste entre brutalidad y serenidad (a menudo lo primero vendrá precedido por una tensión creciente).
Así, a cada golpe, disparo o chorro de sangre acompañará casi siempre un elemento de la naturaleza (un árbol, una flor, el mar) y a la inversa, del mismo modo que a cada movimiento acompaña un dibujo (el disparo de Nishi y la pintura roja vertida con furia por Horibe), dando como resultado una gran fluidez en la sucesión de secuencias, técnica en la que el director profundizará hasta el punto de concebir cada encuadre o plano como una de sus pinturas (reparando en la belleza de cada detalle para conformar la imagen).
La elaborada fotografía de Hideo Yamamoto, que tiende al negro más profundo, un negro suave pero abisal, y la conmovedora música del maestro Joe Hisaishi, terminan de realzar la oscuridad lírica del conjunto y las emociones (tanto la sensibilidad como la violencia).
Son en estas virtudes técnicas, formales, estéticas y visuales donde radica la belleza del film, y Kitano demuestra, una vez más, un gran dominio de ellas.
Recurriendo a sus característicos planos estáticos (con los que subraya el humor al tiempo que el impacto de lo horrible) y al movimiento lateral de la cámara, a veces incómodo para el espectador (con el que oculta un acontecimiento evitando el efectismo melodramático), Kitano consigue equilibrar como nunca algo ya explorado en "Sonatine" y "Boiling Point": los momentos de calma y sosiego serán interrumpidos por atroces estallidos de una violencia expuesta en su forma más cruda y áspera, por lo que se creará un fascinante contraste entre brutalidad y serenidad (a menudo lo primero vendrá precedido por una tensión creciente).
Así, a cada golpe, disparo o chorro de sangre acompañará casi siempre un elemento de la naturaleza (un árbol, una flor, el mar) y a la inversa, del mismo modo que a cada movimiento acompaña un dibujo (el disparo de Nishi y la pintura roja vertida con furia por Horibe), dando como resultado una gran fluidez en la sucesión de secuencias, técnica en la que el director profundizará hasta el punto de concebir cada encuadre o plano como una de sus pinturas (reparando en la belleza de cada detalle para conformar la imagen).
La elaborada fotografía de Hideo Yamamoto, que tiende al negro más profundo, un negro suave pero abisal, y la conmovedora música del maestro Joe Hisaishi, terminan de realzar la oscuridad lírica del conjunto y las emociones (tanto la sensibilidad como la violencia).
Son en estas virtudes técnicas, formales, estéticas y visuales donde radica la belleza del film, y Kitano demuestra, una vez más, un gran dominio de ellas.