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Voto de Chris Jiménez:
5
Terror. Ciencia ficción. Intriga Un capitán en una base aérea del Canadá debe investigar una serie de desapariciones. Las sospechas recaen en un científico que ha estado realizando experimentos en el campo de la telequinesis. (FILMAFFINITY)
31 de mayo de 2017
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Ataca en la oscuridad y a plena luz del día, de la manera más violenta y repugnante posible.
Puede hacerlo porque carece de forma y cuerpo, porque no puede ser visto...

"The Thought Monster", sino el primero, es uno de los relatos pioneros acerca del vampirismo psíquico y la creación de un ente independiente a través del pensamiento generado por un individuo. Esta fábula, a la vez escalofriante e irregular narrativamente, fue publicada en los años '30 y escrita por Amelia Reynolds, maestra de la ciencia-ficción "pulp" además de destacar como autora de novela negra; pasaría mucho tiempo hasta que los derechos de esa historieta fuesen vendidos y llevasen a un producto de tan enorme curiosidad para los fanáticos del género.
En una época en que la Hammer y su cineasta Val Guest han creado escuela con su versión del dr. Quatermass y la ficción se basa sobre todo en fábulas de extraterrestres malignos y monstruos aberrantes, los jefes de la pequeña Amalgamated Productions van a salirse por la tangente y competir contra todos con una audaz adaptación de la obra de Reynolds; es el buen guionista Herbert Leder quien debería ocupar la silla del director...pero su nacionalidad americana sin permiso es un obstáculo y se requieren los servicios de Arthur Crabtree, veterano afincado en el medio televisivo (y responsable de uno de los mayores clásicos "noir" británicos de todos los tiempos: "Querido Asesino").

Es además un tipo tan ajeno a la ficción y el horror que entra en la producción sin el menor entusiasmo, y a tanto llegará su falta de compromiso que Leder (e incluso el actor Marshall Thompson) deberán sustituirle en sus funciones. Una de las cosas que más alejan el relato original del film es el escenario elegido para desarrollar la trama (de un entorno urbano a uno rural) y el cambio del protagonista Cummings (de un sagaz detective de lo paranormal a un militar recto y hierático); la presencia militar no sólo enlaza con el pánico social debido a la Guerra Fría (que se nombra en muchas ocasiones), sino que ésta y el uso de tecnología radioactiva sirve de perfecta excusa.
Lo malo es que el recurrir a estos elementos recuerda y mucho a la anterior "Lo Desconocido" (también facturada por Hammer), pero el director (uno de los tres posibles) sabe cómo captar nuestra atención y poner nuestros nervios a flor de piel desde ese inicio en mitad de un bosque cercano a la base estadounidense; juega un papel importante la atmósfera creada con muchísimo esmero y detalle por el operador Lionel Banes y el diseñador de producción John Elphick, destacando un gusto especial por los trazos expresionistas, los ambientes de oscuridad y sombras, la tensión y el desasosiego.

El principal culpable de generar esa tensión es la criatura que da nombre a la película, pues jamás la vemos, sólo escuchamos unos perturbadores sonidos que son su reptar, los que acechan a sus víctimas antes de retorcerse de dolor y caer desplomadas; y si bien esta idea ya se utilizó en "El Fantasma del Espacio" no hay que olvidar que el relato de la srta. Reynolds viene de dos décadas atrás. Con el detective convertido en militar, las pesquisas se llevan a cabo terriblemente (de hecho deciden tapar el caso así por las buenas y no se vuelven a preocupar hasta la aparición de nuevas víctimas).
A todo esto sobresalen algunos instantes de humor, premeditados (quizás por mediación de Crabtree y al estilo de Hitchcock en sus primeros films), casi siempre dados por las intervenciones de Barbara (Kim Parker, muy deseable gracias a una escena que ha pasado a los anales del género) y cuya atracción con Cummings rompe la atmósfera creando un raro contraste. Pero durante el desarrollo se revela poderosa la decisión de sugerir y no mostrar, de centrarse en la histeria colectiva, en la paranoia que generan esos horribles asesinatos, por miedo a la radiación y las armas nucleares, por miedo (implícitamente expuesto) a la invasión comunista.

El suspense auspiciado por los claroscuros de la maravillosa fotografía no podría estar manejado con más sabiduría (y quién es el responsable de ello tras la cámara, me pregunto...). Por tanto es incomprensible la forma en que el guión ejecuta una acción de suicidio tan evidente y autocomplaciente; podríamos prescindir de más de la mitad de lo narrado ya que Walgate (versión más atormentada de Quatermass) nos vomita toda la información sobre el ente asesino y cómo nació de su propio pensamiento, combinado con las radiaciones. ¿El mayor fallo? No, el mayor viene dado por la decisión de hacerle aparecer.
Y teniendo en cuenta lo pobre de su "caracterización" (la masa cerebral con tentáculos que aparecía en los carteles de la película) más hubiera valido dejarlo a la imaginación del espectador; esto hace desembocar al suspense y la intriga hacia un festival de horror tan absurdo que logra elevar a otro nivel el surrealismo del cual hacía gala la ciencia-ficción del momento, y que de seguro hizo las delicias de Terence Fisher o Roger Corman. Inusual en la época por el grado de violencia de sus secuencias, por lo grotesco y aberrante de su impronta visual y efectos especiales, ese psicotrópico clímax sería objeto de fuerte censura por la B.B.F.C. y de seria discusión en el Parlamento Británico (¡!).

Y uno, observando cuidadosamente, puede ver lo mucho que influenciaría el film a un buen puñado de futuros cineastas (desde Romero y Freddie Francis a Carpenter y Cronenberg pasando por Stuart Gordon, Ed Hunt o Larry Cohen...). En realidad se nos sirven dos películas: un "thriller" centrado en la fuerza de la puesta en escena y una locura de puro absurdo "exploitation" que captura el espíritu "pulp" de la ciencia-ficción literaria de la época.
Resulta un logro, por tanto, cómo hizo de su irregularidad y extrañeza todo un deleite para los "freaks" de la serie "B" del género, llegando a convertirse, involuntariamente, en uno de sus ejemplos más arriesgados y memorables, hasta ser considerada hoy todo un clásico de culto.
Chris Jiménez
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