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Voto de Chris Jiménez:
9
Western Un grupo de colonos buscadores de oro se establece en un lugar de California, pero sufren el acoso de los hombres de Lahood, el propietario del resto de las explotaciones mineras. Pero un día al poblado llega un misterioso y frío predicador (Clint Eastwood) que se pone de parte de los colonos, y comienza a enfrentarse al temido cacique local. (FILMAFFINITY)
26 de octubre de 2018
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un individuo montado a caballo, proveniente de las nevadas montañas, cruza el horizonte. A través de la niebla y entre la espesura del bosque se aproxima, silencioso y paciente, a la espera de equilibrar las fuerzas del universo.
¿De dónde viene?, ¿cuál será su nombre? Una figura casi fantasmagórica galopando desde un origen incierto y hacia un futuro que nadie puede predecir. Su paso evoca un hedor a violencia y muerte...

Si a mediados y finales de los '70 el "western" era ya para la inmensa mayoría un género moribundo, se podría decir que los '80 significaron ya su muerte absoluta, quedando relegado a tópicas series y producciones televisivas. En una década de lásers y aliens, de robots y viajes en el tiempo, nadie daba un céntimo por ver a cowboys peleando contra indios en el vasto desierto americano; sólo unos pocos cineastas supieron rendirle un sentido tributo al Far West, destacando títulos como "El Valle de la Furia", "Silverado", "Forajidos de Leyenda" o la epopeya épica "La Puerta del Cielo", que sentenció la carrera de Michael Cimino.
El sr. Clint Eastwood, al que poco importaban las tendencias del momento, decidió resucitar, una vez más, aquel cine al que tanto debía y que tantos réditos le dio en décadas anteriores. Con guión de Michael Butler y Dennis Shryack, que tomaron inspiración directa del clásico de George Stevens "Raíces Profundas", el actor/director sorprendió a propios y extraños poniéndose de nuevo al frente de un "western", tanto más cuanto que habían pasado casi diez años desde "El Fuera de la Ley", su última incursión en el género.

En el pequeño poblado minero de Carbon Canyon, sus habitantes temen por sus vidas por culpa del continuo hostigamiento de Coy LaHood, un despiadado empresario que desea hacerse con el control del territorio; éste sabe que la mejor forma es aterrorizarles y hacer que abandonen el lugar. De repente, gracias a las plegarias de la joven Megan, un misterioso forastero llega al pueblo, un predicador sin nombre que unirá a la gente de Carbon Canyon para que luchen por sus tierras hasta el final, pese al empeño de LaHood.
Sencillo argumento para un "western" que estaría destinado a convertirse en uno de los más legendarios de la Historia del cine, siendo, al mismo tiempo, el más rentable de la década de los '80 (40 millones en recaudación frente a un presupuesto de 7 millones); pero hay que tener muy presente la experiencia con la que contaba Eastwood en aquellos tiempos, y en un género que ya no tenía secretos para él. "El Jinete Pálido" se inscribe entre sus mejores obras, homenajeando su amado cine del Oeste con dignidad, dejando a un lado la mordacidad de Leone y Siegel, muy presente en sus primeros "westerns", y optando por la sobriedad, el drama y una poética casi mitificadora. Esencia clásica que respira aires puros.

Eastwood se acuerda de Huston, Ford, Daves y Zinnemann, pero no se aparta de los cánones de sus anteriores trabajos; de hecho, "El Jinete Pálido" no es sino una revisión, negra, melancólica y descolorida, de "Infierno de Cobardes" y "El Fuera de la Ley". Si en la primera el forastero era la encarnación de un vengador que aparecía para castigar a los habitantes de Lago, el predicador (su reverso luminoso), asume el papel de fermento de una comunidad, sustituyéndose cobardía e hipocresía por valor y fuerza, uniendo a hombres y mujeres, tal como hacía Wales, pero éste último cabalgaba vuelto humano hacia el horizonte, al contrario que su "sucesor", quien se desvanece en la naturaleza de la misma manera que parecía haber emanado de ella.
Mantener en incógnita el origen del protagonista y sus intenciones continúa siendo una de las mejores y más inteligentes bazas del film, lo que confiere un aire de suspense y extrañeza, una poesía casi onírica abierta a cualquier tipo de reflexión y significado (haciendo que importe poco la simpleza sobre la que está construida). Importante es que el actor/director, aparte de a referencias religiosas, recurra de nuevo al tema de la comunidad deseada dejando al margen las individualidades (se produce la desgracia cuando Spider decide actuar por sí solo), comunidad en forma de sueño de reconciliación casi imposible de encontrar en un mundo plagado de injusticias, sangre y muerte.

Un mundo en el que se hace necesario una fuerza capaz de reunir a sus gentes, fuerza hecha justiciero en "El Fuera de la Ley" y también en este caso. Aquí, Eastwood llega a filmar su visión mítica del "nacimiento de una nación" en una secuencia de fuego de campamento en la que Bruce Surtees, director de fotografía, parece inspirarse en "La Ronda Nocturna" de Rembrandt: cómo a fuerza de palabras, de intercambio y reflexión, surge en hombres que no tienen nada, en este caso esos pobres buscadores de oro, la idea de resistir a la tiranía. En suma, cómo nacen el Instinto político y el espíritu de la democracia.
Siguiendo al actor/director, quien brinda una sus interpretaciones más sobrias y solemnes dentro del "western", tenemos a los también fantásticos Richard Dysart, Michael Moriarty, Doug McGrath, la joven Sydney Penny, y por supuesto el espléndido al tiempo que detestable veterano John Russell, dando vida al desalmado Stockburn, villano ya clásico del cine del Oeste. Drama, violencia e intriga se cruzan en un "western" negro, triste, y sin embargo lleno de esperanza y optimismo, inmortalizado (aun más) gracias a la banda sonora de Lennie Niehaus y la labor de Surtees.

Éste consigue aquí su mejor trabajo, reduciendo la luz y dotando de una envolvente oscuridad a los espacios interiores y de un brillo espectral a los exteriores. Y dos momentos memorables: el asesinato de Spider, secuencia durísima, difícil de digerir, y el clásico duelo final en el pueblo.
Eastwood se preparaba con esta brillante revisión y renacimiento del género para la campanada definitiva que sería "Sin Perdón" siete años después...
Chris Jiménez
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