Media votos
6,4
Votos
2.230
Críticas
2.209
Listas
71
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
- Sus redes sociales
-
Compartir su perfil
Voto de Chris Jiménez:
3
5,0
5.901
Ciencia ficción. Thriller
Adaptación de High Rise, novela publicada por J.G. Ballard a mediados de los años ‘70. La historia narra la llegada del doctor Robert Laing a la Torre Elysium, un enorme rascacielos dentro del cual se desarrolla todo un mundo aparte, en el cual parece existir la sociedad ideal. Pero secretamente, el recién llegado se sentirá perturbado ante la posibilidad de que este orden utópico no sea tal. Sospechas que rápidamente serán corroboradas ... [+]
26 de abril de 2017
Sé el primero en valorar esta crítica
"Sentado en el balcón comiéndose al perro, el dr. Robert Laing recordaba de nuevo los hechos insólitos que habían ocurrido en este enorme edificio de apartamentos [...]. Ahora que todo había vuelto a la normalidad, le sorprendía que no existiera un comienzo real, una línea que hubieran atravesado entrando en una dimensión sin duda más siniestra...".
Sudor frío, espasmos en la columna y sensación de que los intestinos se encogen en un amasijo compacto de vísceras que obstruyen el paso del oxígeno; esas pueden ser algunas de las emociones que el lector siente al encarar las más de 200 páginas de una de las novelas más estomagantes, enfermizas y por qué no reveladoras de la carrera del siempre estomagante, enfermizo y por qué no revelador James Ballard...y de todos los tiempos si se terciase. "High-rise" es un mandoblazo empapado en ácido a cualquiera que albergue un concepto de compasión, dignidad o fe con respecto a la sociedad; engendrada durante los convulsos años '70, su discurso, visión y prosa te devoran como a sus desquiciados protagonistas.
No es de extrañar que haya tardado tanto tiempo en madurarse una versión cinematográfica, como ocurrió con "Crash" tiempo atrás; pero por fin Jeremy Thomas, detrás de esa adaptación durante décadas, pudo hacer su sueño realidad cuando se inmiscuyó un galardonado Ben Wheatley por su inclasificable "A Field in England", ocupándose otra vez del guión su esposa Amy Jump...lo cual dará pie a ciertos defectos en cuanto a relación con el texto original. No lo aparenta, de todas formas, el inicio, donde el de Essex se sirve de su destreza sobre la grandilocuencia formal para plasmar de un modo visualmente impactante lo descrito en las páginas.
Aquí estamos desde un principio, en mitad del caos, entre basuras, escombros, paredes y suelos destrozados, cadáveres en descomposición, todo ubicado en una correspondencia de aceptable normalidad; un entorno hecho añicos, de arriba a abajo, donde sin cuestionarnos las connotaciones morales evidentemente reprochables de lo que ello implica, nos asamos al perro del vecino en la parrilla y practicamos un saludable e impasible coito con nuestra hermana en el salón. Así entramos en la quebrada lógica social de esta historia, con una mirada conformista sobre lo inaceptable.
Esta mirada es la de Laing, tan bien interpretado por Tom Hiddleston, el doctor que para superar unos traumáticos problemas familiares cambia de vivienda, y va a dar con sus huesos en el entorno vecinal más desequilibrado que pudiese imaginar, alrededor de una realidad que se retrotrae a la de los '70 del libro almidonada de cierto aire futurista, pero en una línea distópica y decadente como bien llevó Kubrick a cabo en su "Naranja Mecánica", referencia vital para el director en todos los aspectos. Laing, convenientemente situado en el campo de la medicina y fisiología, se instala en los apartamentos medios del edificio.
Es lo más parecido al limbo o a un purgatorio social. Bajo sus pies está el infierno, despreciable y en penumbra, habitado por la gente de clase media-baja; por encima de su cabeza están los lujosos pisos de los vecinos "aristocráticos", una clase alta que no tarda en anunciar su inclinación a la decadencia, pues aquí los hechos discurrirán a un ritmo más precipitado que en el libro; la azotea pertenece a Anthony Royal, el arquitecto de dicho rascacielos, un dios-ingeniero responsable de su precisa composición espacial y de la estratificación que apacible pero peligrosamente domina las existencias de todos los inquilinos.
Esta azotea es la recreación a escala del Edén divino, puro y limpio, aún lejos de la maldad humana que no tardará en desatarse, pues aquél, con el rostro lacónico y cansado del gran Jeremy Irons, ya ha encontrado fallas a su gran creación; el mundo exterior no capta nuestra atención, claro, pero por lo que vemos y se nos cuenta ha sucumbido a la barbarie, una tierra apocalíptica y por tanto olvidada. El protagonista y todos los demás han preferido abandonarla buscando acomodarse en un entorno socialmente aceptable; por lo que podemos ver este sueño no se materializa. Sin embargo Laing está solo en esta ocasión.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
La guionista, de todos modos, diluye un poco la crueldad del texto y la presenta en su formato "políticamente correcto para las nuevas generaciones", hasta imponiendo una justificación válida con un discurso de Thatcher metido con calzador (qué locura). Al final como al principio, es más aceptable ser parte de ese nuevo orden alimentado por el caos (aunque el único personaje que parece evolucionar o sacar un mínimo beneficio es la cajera, que aprende francés gracias a Laing).
La obra del inglés tuvo sus detractores y sus amantes (los que no sabe nada de la novela) y conquistó varios festivales, pero fue un fracaso, contribuyendo la poca y mala comercialización que le dieron a nivel internacional. En el plano artístico sí que hay pocas pegas; el reparto se entrega y es exprimido sin compasión, todos con sus instantes memorables en pantalla...
Sudor frío, espasmos en la columna y sensación de que los intestinos se encogen en un amasijo compacto de vísceras que obstruyen el paso del oxígeno; esas pueden ser algunas de las emociones que el lector siente al encarar las más de 200 páginas de una de las novelas más estomagantes, enfermizas y por qué no reveladoras de la carrera del siempre estomagante, enfermizo y por qué no revelador James Ballard...y de todos los tiempos si se terciase. "High-rise" es un mandoblazo empapado en ácido a cualquiera que albergue un concepto de compasión, dignidad o fe con respecto a la sociedad; engendrada durante los convulsos años '70, su discurso, visión y prosa te devoran como a sus desquiciados protagonistas.
No es de extrañar que haya tardado tanto tiempo en madurarse una versión cinematográfica, como ocurrió con "Crash" tiempo atrás; pero por fin Jeremy Thomas, detrás de esa adaptación durante décadas, pudo hacer su sueño realidad cuando se inmiscuyó un galardonado Ben Wheatley por su inclasificable "A Field in England", ocupándose otra vez del guión su esposa Amy Jump...lo cual dará pie a ciertos defectos en cuanto a relación con el texto original. No lo aparenta, de todas formas, el inicio, donde el de Essex se sirve de su destreza sobre la grandilocuencia formal para plasmar de un modo visualmente impactante lo descrito en las páginas.
Aquí estamos desde un principio, en mitad del caos, entre basuras, escombros, paredes y suelos destrozados, cadáveres en descomposición, todo ubicado en una correspondencia de aceptable normalidad; un entorno hecho añicos, de arriba a abajo, donde sin cuestionarnos las connotaciones morales evidentemente reprochables de lo que ello implica, nos asamos al perro del vecino en la parrilla y practicamos un saludable e impasible coito con nuestra hermana en el salón. Así entramos en la quebrada lógica social de esta historia, con una mirada conformista sobre lo inaceptable.
Esta mirada es la de Laing, tan bien interpretado por Tom Hiddleston, el doctor que para superar unos traumáticos problemas familiares cambia de vivienda, y va a dar con sus huesos en el entorno vecinal más desequilibrado que pudiese imaginar, alrededor de una realidad que se retrotrae a la de los '70 del libro almidonada de cierto aire futurista, pero en una línea distópica y decadente como bien llevó Kubrick a cabo en su "Naranja Mecánica", referencia vital para el director en todos los aspectos. Laing, convenientemente situado en el campo de la medicina y fisiología, se instala en los apartamentos medios del edificio.
Es lo más parecido al limbo o a un purgatorio social. Bajo sus pies está el infierno, despreciable y en penumbra, habitado por la gente de clase media-baja; por encima de su cabeza están los lujosos pisos de los vecinos "aristocráticos", una clase alta que no tarda en anunciar su inclinación a la decadencia, pues aquí los hechos discurrirán a un ritmo más precipitado que en el libro; la azotea pertenece a Anthony Royal, el arquitecto de dicho rascacielos, un dios-ingeniero responsable de su precisa composición espacial y de la estratificación que apacible pero peligrosamente domina las existencias de todos los inquilinos.
Esta azotea es la recreación a escala del Edén divino, puro y limpio, aún lejos de la maldad humana que no tardará en desatarse, pues aquél, con el rostro lacónico y cansado del gran Jeremy Irons, ya ha encontrado fallas a su gran creación; el mundo exterior no capta nuestra atención, claro, pero por lo que vemos y se nos cuenta ha sucumbido a la barbarie, una tierra apocalíptica y por tanto olvidada. El protagonista y todos los demás han preferido abandonarla buscando acomodarse en un entorno socialmente aceptable; por lo que podemos ver este sueño no se materializa. Sin embargo Laing está solo en esta ocasión.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
La guionista, de todos modos, diluye un poco la crueldad del texto y la presenta en su formato "políticamente correcto para las nuevas generaciones", hasta imponiendo una justificación válida con un discurso de Thatcher metido con calzador (qué locura). Al final como al principio, es más aceptable ser parte de ese nuevo orden alimentado por el caos (aunque el único personaje que parece evolucionar o sacar un mínimo beneficio es la cajera, que aprende francés gracias a Laing).
La obra del inglés tuvo sus detractores y sus amantes (los que no sabe nada de la novela) y conquistó varios festivales, pero fue un fracaso, contribuyendo la poca y mala comercialización que le dieron a nivel internacional. En el plano artístico sí que hay pocas pegas; el reparto se entrega y es exprimido sin compasión, todos con sus instantes memorables en pantalla...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Curiosa maniobra la del guión, que mata a su hermana Alice, mientras en el texto ella participaba directamente y mantenía una relación incestuosa repulsiva con él; no es el único aspecto que toca la mano torpe y cobarde de Jump, y que cambia en un sentido más amplio la esencia de la historia de Ballard.
Tal vez en desacuerdo con su visión deshumanizadora, misógina y siniestra, priva a Laing de lazos familiares venenosos y brinda atención a las emociones de los personajes (puras alegorías y representaciones de comportamientos sociales), si bien el autor se recreaba más en la desafección, la frialdad y la absoluta falta de comunicación.
El guión, del puño y letra de una "mujer moderna", otorga a las féminas una paleta de sentimientos lúcidos y firmes, las hace más dueñas de su decadencia y su locura durante la vorágine que tendrá lugar, objetos de conformismo que se revelan contra las ataduras, incluso congregándose en pequeñas comunidades alejadas de las presencias masculinas, y dota a Charlotte de una profundidad, misterio y pasión sensual mayor, además de convertirla en víctima de la brutalidad de Richard (en el texto su relación con él es consentida, por cierto). Pero en realidad, y tal vez ella no lo sepa, tanto hombres como mujeres se precipitan a la degeneración, la quiebra de la moral y los valores éticos...todos contribuyen a ello.
Las bombas humanas estallan. La opulencia "snobista", arrogante soberbia y consumismo sin sentido de las clases altas choca de plano con las ambiciones, la frustración y los miedos de las clases inferiores; la segunda mitad del film está marcada por el desequilibrio de esa estratificación que ya se intuía desde el principio. El orden tan cuidadosamente trazado a lo largo de esos espacios simétricos y pulcros y de mecánica armonía se pone patas arriba literalmente...pero Ballard se extendía mucho más en su descripción del apocalipsis social, y sus palabras dejaban un poso cancerígeno en la mente del lector.
Wheatley, tan influenciado por las líneas estéticas y formales de Kubrick, Paul T. Anderson y Wes Anderson, quizás de Refn, y la indigesta propensión al disfrute sádico de la descomposición física y psicológica de Cronenberg, lleva a cabo su particular apocalipsis dando más importancia a la forma que al discurso o al contenido; el autor te forzaba a proyectar las sucias imágenes y te hacía parte de ello, el director monta su fiesta de la barbarie en el sentido más "cool" del término cinematográfico sin invitarte realmente. Observamos incómodos, asqueados, a todos los presentes y las situaciones tan grotescas que se llevan a cabo, pero de algún modo no podemos formar parte de ello.
La distancia aplicada por la forma y la desconexión de la narrativa consigo misma también induce a la desconexión del espectador con lo ocurrido, que ni más ni menos se va a alargar a más de una hora de violencia sin límites, violencia psicológica, física, emocional, social, sexual y caníbal. Parece que Wheatley se lo pasa bien llevando a sus abismos más insoportables esta orgía del desastre, que hace de todos depredadores sujetos a sus más primarios instintos dejando a un lado las implicaciones morales; durante este tedioso proceso de transición, el protagonista se amolda a los cambios, se adapta y se conforma.
Pero más estimulante resulta imaginarse dicho desastre al estilo de la caída del Imperio Romano en la mente propia usando de catalizador la prosa penetrante de Ballard; en pantalla se pierde esa emoción visceral porque el ritmo se estanca y sólo asistimos a una degeneración y un intercambio recíproco de mezquindades reiterativo hasta la náusea.
Sí, "High-rise" es una de esas historias donde el placer se obtiene por el nivel de rechazo, pero donde la novela lograba esto la película fracasa, a pesar de que disfruta mucho regodeándose en la misma ruindad y miseria.
Tal vez en desacuerdo con su visión deshumanizadora, misógina y siniestra, priva a Laing de lazos familiares venenosos y brinda atención a las emociones de los personajes (puras alegorías y representaciones de comportamientos sociales), si bien el autor se recreaba más en la desafección, la frialdad y la absoluta falta de comunicación.
El guión, del puño y letra de una "mujer moderna", otorga a las féminas una paleta de sentimientos lúcidos y firmes, las hace más dueñas de su decadencia y su locura durante la vorágine que tendrá lugar, objetos de conformismo que se revelan contra las ataduras, incluso congregándose en pequeñas comunidades alejadas de las presencias masculinas, y dota a Charlotte de una profundidad, misterio y pasión sensual mayor, además de convertirla en víctima de la brutalidad de Richard (en el texto su relación con él es consentida, por cierto). Pero en realidad, y tal vez ella no lo sepa, tanto hombres como mujeres se precipitan a la degeneración, la quiebra de la moral y los valores éticos...todos contribuyen a ello.
Las bombas humanas estallan. La opulencia "snobista", arrogante soberbia y consumismo sin sentido de las clases altas choca de plano con las ambiciones, la frustración y los miedos de las clases inferiores; la segunda mitad del film está marcada por el desequilibrio de esa estratificación que ya se intuía desde el principio. El orden tan cuidadosamente trazado a lo largo de esos espacios simétricos y pulcros y de mecánica armonía se pone patas arriba literalmente...pero Ballard se extendía mucho más en su descripción del apocalipsis social, y sus palabras dejaban un poso cancerígeno en la mente del lector.
Wheatley, tan influenciado por las líneas estéticas y formales de Kubrick, Paul T. Anderson y Wes Anderson, quizás de Refn, y la indigesta propensión al disfrute sádico de la descomposición física y psicológica de Cronenberg, lleva a cabo su particular apocalipsis dando más importancia a la forma que al discurso o al contenido; el autor te forzaba a proyectar las sucias imágenes y te hacía parte de ello, el director monta su fiesta de la barbarie en el sentido más "cool" del término cinematográfico sin invitarte realmente. Observamos incómodos, asqueados, a todos los presentes y las situaciones tan grotescas que se llevan a cabo, pero de algún modo no podemos formar parte de ello.
La distancia aplicada por la forma y la desconexión de la narrativa consigo misma también induce a la desconexión del espectador con lo ocurrido, que ni más ni menos se va a alargar a más de una hora de violencia sin límites, violencia psicológica, física, emocional, social, sexual y caníbal. Parece que Wheatley se lo pasa bien llevando a sus abismos más insoportables esta orgía del desastre, que hace de todos depredadores sujetos a sus más primarios instintos dejando a un lado las implicaciones morales; durante este tedioso proceso de transición, el protagonista se amolda a los cambios, se adapta y se conforma.
Pero más estimulante resulta imaginarse dicho desastre al estilo de la caída del Imperio Romano en la mente propia usando de catalizador la prosa penetrante de Ballard; en pantalla se pierde esa emoción visceral porque el ritmo se estanca y sólo asistimos a una degeneración y un intercambio recíproco de mezquindades reiterativo hasta la náusea.
Sí, "High-rise" es una de esas historias donde el placer se obtiene por el nivel de rechazo, pero donde la novela lograba esto la película fracasa, a pesar de que disfruta mucho regodeándose en la misma ruindad y miseria.