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Voto de Chris Jiménez:
9
Aventuras. Fantástico. Acción Un ladrónzuelo de dedos hábiles que actúa en las calles de Bagdad entra un día en palacio del Califa con intención de robar un tesoro. Allí ve a la princesa y se enamora de ella. Junto con un colega traman un plan para raptarla, aprovechando que se va a celebrar una audiencia de pretendientes para casarse con la princesa.
29 de noviembre de 2019
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más allá de las riquezas terrenales, el ladrón tropieza con la mirada turbada de una joven, la hija del califa, de la que cae enamorado al instante.
Para su desgracia, ella es una princesa descendiente de la divinidad y él sólo un pobre miserable al que colgarían por cualquiera de sus fechorías...

Hablar de "El Ladrón de Bagdad" es hablar de Raoul Walsh, un aventurero sin profesión definida que llegó a ejercer de cowboy, periodista de sucesos, dinamitero o cronista deportivo antes de llegar a Hollywood y quedar fascinado por la posibilidad de entrar a formar parte de esa nueva industria en la que poco a poco, de la mano de hombres como David W. Griffith, aprendió los rudimentos del manejo de la cámara; debido a su carácter indómito y gusto por la acción, Walsh dirigiría su primera obra en México, un antecedente del actual documental. Apenas doce años más tarde había aprendido de sus maestros y la experiencia.
De ésta sacó varias conclusiones que se alejaban de la pretenciosidad académica de esos maestros de cine ruso o alemán y de la solemnidad de los films de Griffith; de ahí se desprendería toda una filosofía que buscaba la emoción y la identificación del público con sus protagonistas y con las fuerzas que los impulsan, sin renunciar por ello a una equilibrada mezcla de sobriedad y verosimilitud, virtudes reconocibles en todos sus trabajos, y en especial en aquellos realizados durante la etapa del cine mudo, en los que la ausencia de sonido implicaba una mayor acentuación de los aspectos visuales.

Estas son las principales señas de identidad de "El Ladrón de Bagdad", rodada a mayor gloria de su concepción del espectáculo y de las habilidades acrobáticas del impetuoso Douglas Fairbanks, modelo de héroe del celuloide en el que habrán de mirarse generaciones enteras de estrellas masculinas. Basada en varios relatos de "Las Mil y una Noches", la peícula cuenta las aventuras de un ratero ingenioso y encantador que une a su amor por lo ajeno una increíble habilidad circense que le permite volar, casi literalmente, por los tejados de la mítica ciudad de Bagdad (ya sabemos de donde le viene la inspiración a "Assassin's Creed").
En una de sus correrías nocturnas, el ladrón llega hasta las murallas del palacio del califa, de donde pretende coger cualquier pieza de los innumerables tesoros que según la leyenda se acumulan en el interior. Allí se encuentra con la chica, la princesa, pero el romance, además de imposible, es peligroso; él se hará pasar por un príncipe y así declararle su amor. Ella descubrirá el engaño aunque sucumbe al atrevimiento y los encantos de su insólito galán...quien no tarda en ser descubierto; comienza así su mayor aventura, en la que aparte de arriesgar su vida por amor tendrá que poner en juego toda su habilidad delictiva, todo su encanto personal y toda su suerte.

Y más aún cuando se sume a las pruebas impuestas por el califa para decidir cual de los muchos caballeros del reino será el elegido como esposo de su hija, pruebas en las que habrá de arrebatar a sus competidores tesoros legendarios como la rosa azul, el cristal mágico y la alfombra voladora de los príncipes de Persia. Rodada íntegramente en estudio, "El Ladrón de Bagdad" une a la espectacularidad de sus inmensos decorados (que reproducen una visión legendaria, colosal y onírica de una de las ciudades cuna de la civilización), la agilidad, la violencia y el gusto por la aventura propios de otro género ya practicado con éxito por el propio Fairbanks.
Es el llamado "cine de capa y espada", que previamente había impuesto en Hollywood la sana costumbre de adaptar las grandes obras de la literatura de aventuras. Ese es el origen de títulos como "Robin de los Bosques", "Scaramouche", "Los Tres Mosqueteros" o éste que nos ocupa, del que se rodarían cuantiosas versiones una vez llegado el cine sonoro y en color. Esta primera versión de la historia de Walsh, por su extensa duración, su acertada dirección artística y las muy sentidas interpretaciones de Julanne Johnston, Brandon Hurst, la exótica Anna May Wong, Charles Belcher y, cómo no, el protagonista (quien salta, corre y ríe entre piruetas haciendo las delicias del público de la época), es un auténtico espectáculo.

Un espectáculo visual y narrativo de primer orden al que benefician además la cuidada edición del guión, escrito entre Lotta Woods, Walsh y Fairbanks, el cual toma de referencia literaria varios cuentos más o menos relacionados entre sí por un nexo común, y la composición de una notable partitura musical que acompaña todo el metraje (dicha banda sonora resultaba un añadido extra en las proyecciones que tuvieran lugar en los lujosos cines de las principales ciudades de Europa y EE.UU., si bien se ha conservado íntegra y ha podido ser disfrutada por espectadores de otras generaciones).
De una forma u otra, "El Ladrón de Bagdad" original (mis disculpas a la tremenda versión de 1.940) sigue siendo una obra inmortal de la Historia del cine, divertida y mágica, y una prueba irrefutable del talento, el genio y el gusto por contar historias de ese pionero llamado Raoul Walsh. Intentemos mirarlo desde otra óptica, no precisamente la de la generación actual, descerebrada y manipulada por los artificios del frío espectáculo digital dominante en la industria, que lo que es a mí no me cautiva ni lo más mínimo; veámoslo desde la óptica de un niño inmerso en un mundo de fantasía.

Porque eso eran las películas de aquellos tiempos remotos, reemplazadas sin piedad por ese infernal invento llamado "remake" del que tanto se sirven los productores para llenar las arcas de sus compañías.
En "El Ladrón de Bagdad" se respira la esencia de la verdadera fantasía, magia que parece real, de la que traspasa la pantalla y atraviesa tus sentidos sumergiéndote en un universo donde todo es posible. Hay que dejarse llevar. Quizá podamos volar también en la alfombra como el dicharachero Fairbanks.
Chris Jiménez
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