Media votos
6,6
Votos
2.925
Críticas
26
Listas
1
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de 12345:
10
6,8
17.374
Drama. Romance
En el Londres de la posguerra, en 1950, el famoso modisto Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) y su hermana Cyril (Lesley Manville) están a la cabeza de la moda británica, vistiendo a la realeza y a toda mujer elegante de la época. Un día, el soltero Reynolds conoce a Alma (Vicky Krieps), una dulce joven que pronto se convierte en su musa y amante. Y su vida, hasta entonces cuidadosamente controlada y planificada, se ve alterada por la ... [+]
29 de enero de 2022
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La civilización se sostiene gracias a unas estrictas normas de convivencia. Es un complejo entramado de buenos modales y neurosis. La civilización es un sólido montaje para guarecer de la intemperie al individuo, al que se le exige a cambio sacrificio, y una permanente vigilancia de los instintos que ahoga nuestra naturaleza. Nos protege, la necesitamos para el buen vivir, las reglas, el orden, pero da mucho trabajo sostenerse en este esfuerzo, no digamos ya la tarea titánica de erigirse y mantenerse en la perfección cultural, en la sublime cúspide de la civilización. Daniel Day Lewis representa la pureza de este esfuerzo civilizatorio agotador, el trabajo maniático, el no permitirse un instante de flaqueza o de vulgaridad, el no dejarse arrastrar bajo ningún concepto por el instinto hacia el abismo y el caos, frente a los que lucha denodadamente y sin descanso. Todo lo cuida, todo lo mide, todo lo quiere controlar. Ni el más leve soplo de aire permite a su alrededor. Daniel Day Lewis representa la civilización.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Pero los hombres (y las mujeres) también tenemos ese instinto dionisiaco que quiere triscar, bailar, divertirse, dormir a pierna suelta y hacer ruido al comer, untar las tostadas en el desayuno sin tanto protocolo, que no quiere comerse la cabeza y que, como dice la chusma, quiere disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, dejarse llevar. Por eso el personaje arquetípico de Daniel Day Lewis nos resulta tan antipático: nos parece de una soberbia sobrehumana, de un engolamiento que nos resulta insoportable, de una sofisticación asfixiante. La película nos va contando que ni siquiera él puede lo soportar.
Volviendo a la batalla de los arquetipos tenemos frente a este mundo férreamente codificado y artificial que nos cobija, como némesis suya, a la madre naturaleza, que en cambio funciona espontáneamente, que no tiene dominio más que sobre sí misma, que es sucia y desordenada, que deja vía libre a la crueldad y al sueño, al fuego y a la noche. Tenemos frente a la vida artificiosa la perenne tentación de un retorno a lo salvaje, de esa criatura que busca sin mayor propósito la propia afirmación, la supervivencia, la ley natural. Se trata de la nostalgia de la madre, que es nuestra naturaleza primera pero cuidando de nosotros sin condiciones, que nos arrullaba mientras estábamos todavía indefensos, todavía desarmados de normas de conducta y carreras profesionales. Se trata al mismo tiempo de la bruja medieval, que vive extra muros, que no acata las normas, ni siquiera las convenciones, y que busca en el bosque las pócimas con que envenenar el aburguesado proceder del habitante civilizado.
La película es un lento deslizarse de él de la vigilia al sueño, de la luz a la penumbra, de la bombilla al fuego, de la altura de su torre de marfil al suelo de una choza. Está cansado y quiere que la madre bruja lo envenene y lo devuelva a esa noche eterna en la que ser amamantado.
(Esta crítica está hecha desde el punto de vista de un hombre. Supongo que desde el punto de vista de ella puede entenderse como la fortaleza de una mujer dispuesta a lo que sea por cuidar del hombre al que ama, que solo se deja cuidar cuando desciende de su enclaustramiento, deshaciéndose para rehacerse después, renaciendo gracias a ella)
Volviendo a la batalla de los arquetipos tenemos frente a este mundo férreamente codificado y artificial que nos cobija, como némesis suya, a la madre naturaleza, que en cambio funciona espontáneamente, que no tiene dominio más que sobre sí misma, que es sucia y desordenada, que deja vía libre a la crueldad y al sueño, al fuego y a la noche. Tenemos frente a la vida artificiosa la perenne tentación de un retorno a lo salvaje, de esa criatura que busca sin mayor propósito la propia afirmación, la supervivencia, la ley natural. Se trata de la nostalgia de la madre, que es nuestra naturaleza primera pero cuidando de nosotros sin condiciones, que nos arrullaba mientras estábamos todavía indefensos, todavía desarmados de normas de conducta y carreras profesionales. Se trata al mismo tiempo de la bruja medieval, que vive extra muros, que no acata las normas, ni siquiera las convenciones, y que busca en el bosque las pócimas con que envenenar el aburguesado proceder del habitante civilizado.
La película es un lento deslizarse de él de la vigilia al sueño, de la luz a la penumbra, de la bombilla al fuego, de la altura de su torre de marfil al suelo de una choza. Está cansado y quiere que la madre bruja lo envenene y lo devuelva a esa noche eterna en la que ser amamantado.
(Esta crítica está hecha desde el punto de vista de un hombre. Supongo que desde el punto de vista de ella puede entenderse como la fortaleza de una mujer dispuesta a lo que sea por cuidar del hombre al que ama, que solo se deja cuidar cuando desciende de su enclaustramiento, deshaciéndose para rehacerse después, renaciendo gracias a ella)